«Cuando Diego y
Esperanza llegaron a Europa se instalaron cuatro meses en Italia.
Él, movido por
la ilusión de convertirse en un gran artista y de exponer allí, se consagró a
la pintura y al dibujo con el maestro Verdi. Se había propuesto exigirse al
máximo para cumplir sus sueños y consagrarse como un gran pintor.
Esperanza
destinó ese tiempo a perfeccionar sus idiomas italiano e inglés bajo la guía y
el cuidado de una institutriz sajona recomendada por la ya legendaria Miss
Ellis. A la mujer se le había otorgado, durante el viaje, la tarea de decidir
lo que se le permitía a la joven y lo que no; en nombre de esa autoridad, en
Roma, a pesar de los ruegos y súplicas de la muchacha, no se le consintió tomar
clases de declamación. Las visitas de Esperanza al teatro y a la ópera la
habían conmovido; y su carácter extrovertido no tardó en elegir ese arte como
su preferido. Pero la negativa fue rotunda: era una actividad no muy bien vista
para una chica de buena familia; y sus ímpetus teatrales debieron ser
relegados.
Aun así, a pesar
de la frustración de no poder estudiar actuación, la aventura de la estada para
Esperanza y también para Diego, significó nuevas y múltiples experiencias.
Roma, Florencia,
y Venecia se abrían en un abanico de innumerables posibilidades: clases de
idiomas, para ella; visitas a museos, iglesias y exposiciones, para Diego,
acompañadas de largas horas de dibujo. Y apara ambos reuniones, salidas y cenas
con la alta sociedad europea. En las que no faltaban señoritas interesadas en
Diego, ahora que era el hijo de uno de los bodegueros más importantes del país.
Porque en Europa, dado el progreso de Argentina, el dicho popular para
referirse a quien tenía mucho dinero era: “Rico como un argentino”.»
Viviana Rivero, Y ellos se fueron. Buenos Aires: Booket,
2018.
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