«Ese
es nuestro país.
Como
todo pueblo que se organiza, él presenta cuadros los más opuestos.
Grandes
y populosas ciudades como Buenos Aires, con todos los placeres y halagos de la
civilización, teatros, jardines, paseos, palacios, templos, escuelas, museos,
vías férreas, una agitación vertiginosa ―en medio de unas calles estrechas,
fangosas, sucias, fétidas, que no permiten ver el horizonte, ni el cielo limpio
y puro, sembrado de estrellas relucientes, en las que yo me ahogo, echando de
menos mi caballo.
Fuera
de aquí, campos desiertos, grandes heredades, donde vegeta el proletario en la
ignorancia y en la estupidez.
La
iglesia, la escuela, ¿dónde están?
Aquí,
el ruido del tráfago y la opulencia que aturde.
Allá,
el silencio de la pobreza y la barbarie que estremece.
Aquí,
todo aglomerado como un grupo de moluscos, asqueroso, por el egoísmo.
Allí,
todo disperso, sin cohesión, como los peregrinos de la tierra de promisión, por
el egoísmo también.
Tesis
y antítesis de la vida de una república.
Eso
dicen que es gobernar y administrar.
¡Y
para lucirse mejor, todos los días clamando por gente, pidiendo inmigración!
Me
hace el efecto de esos matrimonios imprevisores, sin recursos, miserables, cuyo
único consuelo es el de la palabra del Verbo: creced y multiplicaos. »
Lucio
V. Mansilla, Una excursión a los indios
ranqueles, Buenos Aires, Imprenta, Litografía y Fundición de Tipos Buenos
Aires, 1870.
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