«Cuadro
primero
(Trastienda
de una característica fonda genovesa en la Ribera. A la derecha, primer
término, una puerta que comunica a un reservado, y más atrás una ancha abertura
de arco, que da al comedor general. A la izquierda, una puerta que conduce a
las habitaciones privadas y, en segundo término, otra que lleva a la cocina. Al
costado de ésta, una pequeña ventana con pasadero para los platos. Mostrador y
estantería a la izquierda. A foro la puerta de calle con dos vidrieras bajas y
cuadrilongas a través de las cuales se ve el panorama del Riachuelo. A la hora
de la cena. Aparecen: Roncoroni, el
tarta, Pan seco y un par de amigos más, en la mesa de primer término
derecha, tomando el vermouth. Roncoroni
cuenta sus aventuras, por lo bajo, requiriendo de vez en cuando la confirmación
de El Tarta, quien no lo desmiente nunca. El
Carbunin y El Botero, en
otra mesa de la izquierda, segundo término, jugando a la murra. Tres marineros
y un estibador, juegan al truco, en otra de más atrás. Giacumin, detrás del mostrador, sirviéndole de beber al Cabo Ledesma, que, de pie junto al
mostrador, observa el movimiento. Unos cuantos gringos en el comedor, cantan en
coro los motivos de la clásica “Lingiera.”)
Los gringos.–
“E cun la chica in buca
zapatille in man”.
Carbunin.
– ¡Dúe!
El Botero.
– ¡Tre!
Carbunin.
– ¡Cincue!
El Botero.
– ¡Sete!
Los gringos.
– “La póbera lingiera
la va per Tucumán”.
Carbunin.
– (al perder la murra) ¡Vo shito veñite in pó de ben…. ti me é gañou inatra
vota! ¿A vede in pó Giacumin…? ¿Cuantu le cuesta rota qui?
Giacumin.
– (Sacando la cuenta con lso dedos.) Tangue, tangue e tangue: Sun tantu cume in
pesu e vinte.
Carbunin. –
In pesu e vinte. (Paga.) Te doi due pesi e dame otanta de vortu.
Giacumin.
– ¿A prupinha? (Imperativo.)
Carbunin.
– ¿A prupinha? ta daió inta squenha, tocu de in palenadrún. Se ti vheu di diné
vani a trabagiá intu carbón cume trabagiu mí. (mutis con El Botero al comedor.)
Giacumin.
– ¿Mí in tu carún? ¡Ma lascieve de storie e andéibela a pigiá in tas taca!...
(El Cabo se retira sin pagar.)
Pan Seco.
– (A Roncoroni.) ¿Y de ahí, compadre: en qué acabó el incidente?
Roncoroni.
– (Habla siempre con mucho énfasis y mirando con gesto despectivo.) ¿Y en qué
iba a acabar? En cuanto la lora me embrocó como pidiendo socorro, ahí nomás
pelé el de pinchar matambre, dejé el tendal de contusos y salí con ella pal lao
de la toldería.
Pan Seco.
– ¿Y…?
Roncoroni.
– Le pasé la esponja al pizarrón, y como si nada hubiera escrito el profesor,
enfundé la de seis hilos, y aquí me largué pa saber si es cierto lo que se dice:
que a esa flor no hay quién la riegue ni la piante del rosal… ¿Es así como te
dije?
El Tarta.
– Así es como vos dijiste….
Pan Seco.
– ¿Y no le parece que ya son muchos golosos pa una algarroba?
Roncoroni.
– ¿Muchos? …. ¿Y ande están que no los veo?.... ¡Che, mameluco!...
Giacumin.
–¡Zás! Ya se comunicó conmigo. (Se aproxima a la mesa de mal aire.) ¿Qué
quiere?
Roncoroni.
– ¡Cuánto es lo que se debe aquí?
Giacumin.
– ¿Todo?
Roncoroni.
– ¡Todo!
Giacumin.
– (Saca la cuenta con los dedos.) ¡Tangue, tangue, tangue: cuatro noventa!
Roncoroni.
– ¿Cuánto?
Giacumin. –
¡Cuatro noventa! Cinco pesos menos diez centavos.
Roncoroni.
– ¡Muy bien! Andá cargándomelos a la respectiva adición que se ha de pagar por
tesorería.
Giacumin.
–¿Por dunde?
Roncoroni.
– Por tesorería, he dicho. ¡Y no me sigás secnado porque en una de estas te voy
a desparramar el aserrín del mate!
Giacumin.
– ¿A quién?
Roncoroni.
– ¡A vos!
Giacumin.
– ¿A mí?
Roncoroni.
– ¡A vos he dicho!... (Amenazante.)
Giacumin.
– Bueno, está bien… ¡Pero no vaya a sacar el cuchillo porque me asusto!...
Roncoroni.
– ¡Yo te voy a dar calesita pa que me sigás mariando!....»
Alberto
Vacarezza, El fondín de la alegría. La
Escena. Revista Teatral, N° 668, Buenos Aires, 16 de abril de 1931.
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