« “Gobernar es poblar” era la consigna
de los discípulos de Juan Bautista Alberdi, pero los más se inclinaban por “la
inmigración dirigida”, que aportaba no sólo brazos, sino también capitales. La
otra, integrada en su mayor parte por hombres sin otra riqueza que su pujanza y
su fe, era objeto de suspicacias, provocadas también por la escoria de la
misma, que permanecía adherida a las adyacencias del puerto o introducía en la
ciudad castiza una modalidad exótica en la jerga enrevesada, por desear ser
“criolla” y llegar a serlo; en la agitación callejera, en al cual agitaba el
colorido del ropaje meridional entre la opacidad melancólica de la austeridad
indumentaria jactanciosamente burguesa. Era en vano que entre los depositantes
en el Banco de la Provincia en 1868, treinta fueron los italianos y sólo
dieciocho los argentinos, contando éstos allí con veintisiete millones de pesos
contra veinte de aquéllos y catorce propiedad de ingleses. Gobernaba Domingo
Faustino Sarmiento, para quien el progreso –vago término que a la sazón
escribíase con enfática mayúscula-, venía casi exclusivamente del Norte, fuera
Estados Unidos, fueran las naciones europeas de sangre sajona. A “los otros”
inmigrantes se les atribuía hasta la difusión de epidemias, como la fiebre
amarilla, en 1870. Es precisamente el año en que el senador Benjamín Villafañe,
presenta el proyecto de hacer llegar al país, previo el pago de setenticinco
pesos fuertes para ayudar al costo del pasaje, un grupo de inmigrantes germanos
seleccionados por una compañía a la cual se concedían cuatrocientas leguas en
el Chaco; es también el año en que Mitre defiende en cuatro discursos, en otras
tantas sesiones, a la vituperada “inmigración espontánea”.
Esos discursos, publicados en fascículo
en 1870 y que abarcan desde la página 97 a la 149 del segundo tomo de sus
“Arengas”, en la edición definitiva de la Biblioteca de “La Nación”, dejan
sentada la posición argentina frente a la “inmigración artificial”, es decir la
que responde a convenios oficiales y que ofrece cuando menos el peligro de
crear en un país de aluvión concentrados núcleos extranjeros que no se adapten
a la tierra de adopción y prolonguen modalidades racionales, excluyentemente
“propias”. Son discursos-ensayos, densos en doctrina y a la vez ricos en
testimonios acerca de las ventajas de la libre afluencia de extranjeros por
sobre la contratación de éstos por medio de convenios en los cuales las
empresas basadas en lógicas especulaciones de lucro llevan el mayor provecho.
Estudia en ellos Mitre antecedentes de
Estados Unidos y Australia, para ensalzar a la “inmigración espontánea” a la
cual califica de “gravitación de voluntades e intereses en nuestro bien” y “fuerza
nativa que concurre a nuestro progreso…”¿Quiénes representan a esa “fuerza” incorporada
a la del país, a esa “gravitación” de efectos futuros incalculables hasta por
no responder a las determinaciones demográficas regidas por cláusulas en
principio imprescriptibles? En el censo de 1869, planeado en su presidencia,
pero postergado por efecto de la guerra del Paraguay, establécese en 211.993 el
número de extranjeros residentes en el país, de los cuales 4.997 son alemanes;
5.860 suizos; 10.709 ingleses; 32.383 franceses y 34.080 españoles. A todos
ellos superan los italianos. Ya son 71.442! A éstos, se dirige principalmente,
por lo tanto, la defensa del antiguo “commilitone” de Garibaldi.
De ahí que en su último discurso, en la “arenga”
tendiente a influir con una inducción un poco sentimental a la extensa
exposición de lo teórico y lo práctico, les dedique este definitorio elogio,
esta definitiva alabanza:
“Quiénes
son los que han fecundado las diez leguas de terrenos cultivadas que ciñen a
Buenos Aires? ¿A quiénes debemos estas verdes cinturas que rodean todas
nuestras ciudades a lo largo del litoral, y aún esos mismos oasis de trigo, de
maíz, de papas y arbolados que rompen la monotonía de la pampa inculta? A los
cultivadores italianos de la Lombardía y del Piamonte, y aún de Nápoles, que
son los más hábiles y laboriosos agricultores de Europa. Sin ellos no
tendríamos legumbres, ni conoceríamos siquiera cebollas, como el campesino de
Virgilio, porque estaríamos respecto de horticultura en las condiciones de los
pueblos más atrasados de la tierra. ¿A quién se debe el fomento de nuestra
marina de cabotaje y la facilidad y la baratura de los transportes fluviales?
¿Cuáles son los marineros que tripulan los mil buques que enarbolan en sus
mástiles la bandera argentina y hasta los tripulantes de nuestros buques de
guerra? Son los italianos descendientes de los antiguos ligurios, los
compatriotas del descubridor del Nuevo Mundo…”
“Extraña
esta exclusión cuanto de los ochenta mil italianos que pueblan nuestro suelo
sólo una mitad se han fijado en Buenos Aires, hallándose diseminado el resto en
las diversas ciudades del litoral, y en varias partes de la campaña, donde han
constituído su hogar enlazándose con las familias del país por la similitud de
religión, de lengua y aún de clima. Gualeguaychú, Concepción del Uruguay,
Corrientes, Paraná, deben su crecimiento a la inmigración espontánea de Italia
y la población de Rosario, de Santa Fe se compone por mitad de barqueros
italianos enriquecidos, que han levantado barrios enteros en las márgenes de
los ríos solitarios que pueblan con sus pequeñas naves de comercio. Pero no es
esto todo lo que tengo que decir respecto de la influencia benéfica de la
inmigración espontánea de esa parte del Mediodía de Europa. El veinte por ciento
de los depósitos del Banco de Buenos Aires corresponde a los inmigrantes
italianos que nos dan este ejemplo del capital acumulado por el ahorro, y giran
a sus parientes lejanos para trasladarlos a su nueva patria por un valor que no
baja de medio millón de pesos fuertes, según se ha demostrado en un notable
escrito sobre la inmigración italiana publicado recientemente en Génova…”.
“El
hombre enérgico que emigra por su libre y espontánea voluntad, que elige su nueva
patria por un acto deliberado, que viene con sus brazos libres, con su capital
propio, puede ejercitar su libertad de acción en campo más vasto, con más
medios y mejor resultado que el que obedeciendo a impulsión extraña, viene
atado a un contrato, sin contar con más recursos que los que la munificencia
del gobierno le otorga, o el interés de la especulación le anticipa. Ese hombre
libre, encontrando fácil la adquisición de la tierra, empleará una parte de su
peculio en hacerse propietario, y será agricultor por conveniencia, y a su vez
será un centro de atracción para los parientes y amigos de la patria lejana. Y
si no tiene capital, si pide su sustento al salario, economizará y será
propietario más tarde, ya individualmente, ya sea produciendo por afinidades la
creación de colonias espontáneas, hijas del trabajo libre, para las cuales la
tierra será madre y no madrastra… Dejemos que los grandes destinos de la
inmigración se cumplan por las leyes que los rigen y les dan aliento de la vida…”»
Adolfo Mitre, Italia en el sentir y pensar de Mitre. Buenos Aires: Asociación Dante Alighieri, 1960.
En las fotografías:
Bartolomé Mitre en su casa.
Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y otras
autoridades en la inauguración del monumento a Garibaldi, 19 de junio de 1904.
Foto del Museo Mitre.