«De Génova recordaba que la ciudad se despertaba
envuelta en una luz grisácea, mortecina. Una bruma densa se levantaba del mar,
invadía las calles cercanas al puerto y arrastraba el olor a herrumbre de
barcos y a pescado podrido más allá de la Piazza Caricamento, hasta la Via San
Luca.
Ella prefería hacer las compras a esa hora
temprana, estar de vuelta en Via Lomellini 6 a tiempo para preparar el desayuno
y no volver a salir. No sentía curiosidad por explorar esa ciudad extraña, sus
arduas escalinatas y edificios ruinosos que parecían dispuestos a desplomarse a
su paso, su desorden incomprensible. Sólo el puerto la atraía, muelles y
dársenas de donde un día podría partir hacia otro continente, lejos de las
venganzas que en Europa amenazaban a quienes habían estado cerca de los
perdedores. Más de una mañana descendía hasta la orilla del Porto Antico para
distinguir a lo lejos, del otro lado del Porto Vecchio, los transatlánticos que
dormían junto a los ponti. Había
aprendido no sólo los nombres de esas embarcaciones sino también los de las
compañías a las que pertenecían, como si esa partícula de conocimiento le
confirmara la promesa del viaje tan deseado: Cabo de Buena Esperanza, de Ybarra; Buenos Aires, de Dodero. Uno de ellos la esperaba, no tenía duda.»
Edgardo Cozarinsky, Lejos de dónde. Buenos Aires:Tusquets Editores, 2009.
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