viernes, 31 de mayo de 2013

La tercera ciudad, de Norma Pérez Martín (2003)



«María Luisa estudió con Victoria y Magdalena en el colegio italiano Cristóforo Colombo. Más tarde, ella y Magdalena ingresaron en la Escuela Normal. Jerónimo se inició, poco después, en la Marina Mercante. Durante toda la carrera, hasta graduarse como ingeniero naval, sus temas obsesivos giraban alrededor de barcos, puertos y viajes. ¿Será pariente de Colón, o de Solís? ¿Acaso de algún pirata?, se preguntaba la niña.
Hubo épocas en que Francisca se sintió muy próxima a la “tía” Luisa. Tomaban el té en El Molino, o en la confitería Richmond. María Luisa la llevaba al teatro Avenida, frecuentaban las zarzuelas y el cante jondo. Cuando vio “El último Cuplé” en el cine, Francisca quedó atrapada. Algo extraña era el alma de María Luisa. ¿Habrá parientes de Don Pedro de Mendoza en su familia? Pero... ¿Por qué el tío Jerónimo viaja tantas veces a Francia y nunca a España? Ansiaba María Luisa que su hermano la llevara a Madrid, a Sevilla, a Galicia. Nunca pudo convencerlo. Jerónimo la ponía furiosa, rodeado de amigas coquetas y aprovechadoras.
Francisca tardó en advertir los cambios que mostraba Luisa Ressio. La compañera de confiterías y teatros se encrespaba contra el círculo femenino que revoloteaba alrededor de Jerónimo. Lo amaba y lo odiaba a la vez. Sin duda eran los celos, justificados o no, que unían y desunían a estos hermanos.
La Hora Italiana en la casa de las tías trajo, desde la radio, cenas nostalgiosas. Tito Schippa, Carlo Butti, Carusso... vibraban en el corazón de Victoria. Francisca repetía en soledad:

                                   Torna piccina mia
                                   torna con tuo papá

Las noches de diciembre inundan el patio y ese papá, desconocido y eterno, se levanta entre las flores. Es un arco sonoro que rodea el jardín. Escenario fugaz, adonde acude Piti.
Sobre los hermanos Ressio iban y venían muchas historias. Magdalena mostraba gran devoción por Jerónimo. Francisca aprendió a darse cuenta cómo se derretía por ese hombre. Todo un caballero, repetía Magdalena sin disimulo. Victoria hacía oídos sordos. Esos seres extraños, hermanos tan especiales, pasaban los días con un refinamiento de príncipes destronados.
Todo se mezclaba entre contradicciones y episodios confusos. Francisca empezó a descubrirlos como si levantara telones que se abrían hacia una realidad que tardó en desentrañar.»


Norma Pérez Martín, La tercera ciudad, Buenos Aires, Francachela, 2003.

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