«María Luisa
estudió con Victoria y Magdalena en el colegio italiano Cristóforo Colombo. Más
tarde, ella y Magdalena ingresaron en la Escuela Normal. Jerónimo se inició,
poco después, en la Marina Mercante. Durante toda la carrera, hasta graduarse
como ingeniero naval, sus temas obsesivos giraban alrededor de barcos, puertos
y viajes. ¿Será pariente de Colón, o de Solís? ¿Acaso de algún pirata?, se
preguntaba la niña.
Hubo épocas en
que Francisca se sintió muy próxima a la “tía” Luisa. Tomaban el té en El
Molino, o en la confitería Richmond. María Luisa la llevaba al teatro Avenida,
frecuentaban las zarzuelas y el cante jondo. Cuando vio “El último Cuplé” en el
cine, Francisca quedó atrapada. Algo extraña era el alma de María Luisa. ¿Habrá parientes de Don Pedro de Mendoza en
su familia? Pero... ¿Por qué el tío Jerónimo viaja tantas veces a Francia y
nunca a España? Ansiaba María Luisa que su hermano la llevara a Madrid, a
Sevilla, a Galicia. Nunca pudo convencerlo. Jerónimo la ponía furiosa, rodeado
de amigas coquetas y aprovechadoras.
Francisca tardó
en advertir los cambios que mostraba Luisa Ressio. La compañera de confiterías
y teatros se encrespaba contra el círculo femenino que revoloteaba alrededor
de Jerónimo. Lo amaba y lo odiaba a la vez. Sin duda eran los celos,
justificados o no, que unían y desunían a estos hermanos.
La Hora Italiana
en la casa de las tías trajo, desde la radio, cenas nostalgiosas. Tito Schippa,
Carlo Butti, Carusso... vibraban en el corazón de Victoria. Francisca repetía en
soledad:
Torna
piccina mia
torna con tuo papá
Las noches de
diciembre inundan el patio y ese papá, desconocido y eterno, se levanta entre
las flores. Es un arco sonoro que rodea el jardín. Escenario fugaz, adonde acude
Piti.
Sobre los
hermanos Ressio iban y venían muchas historias. Magdalena mostraba gran
devoción por Jerónimo. Francisca aprendió a darse cuenta cómo se derretía por
ese hombre. Todo un caballero, repetía Magdalena sin disimulo. Victoria hacía
oídos sordos. Esos seres extraños, hermanos tan especiales, pasaban los días
con un refinamiento de príncipes destronados.
Todo se mezclaba
entre contradicciones y episodios confusos. Francisca empezó a descubrirlos
como si levantara telones que se abrían hacia una realidad que tardó en
desentrañar.»
Norma Pérez Martín, La tercera ciudad, Buenos Aires, Francachela, 2003.
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