«El
criollo, el que encontramos siempre igual desde el Virreinato, no tiene sino
lejano parentesco con el hijo del inmigrante. El criollo es un ser que aparece
en un hogar constituído y que ha tomado ya las formas universales de la vida
argentina. El padre está ubicado y conforme con esta perspectiva que se abre
ante él; el hijo nace predispuesto a aceptar la realidad y no necesita
desfigurarla ni enaltecerla para creer en ella y demostrar que también está
conforme.
Por
lo contrario del que decidió quedarse, el inmigrante que vino a irse y se
quedó, es un ser inadherente, impermeable y refractario por intenciones
ocultas, que trae en su interior, en su alma, el clima, el paisaje, el idioma
nativos y que está resuelto a reintegrarse a su medio antes de morir. El hijo
de ese ser postizo, aditado a la sociedad, nace con algo de indómito, evasivo y
renitente. No acaba de entrar en el álveo de la vida argentina y cuanto más
pretende vincularse al cuerpo del todo, más destaca su connatural extranjería.
No está conforme, y su actitud, en pro o en contra, es la afirmación de su
disconformidad. El hijo del inmigrante toma venganza por los padres, si éstos
no han satisfecho su destino, si han sido vencidos. Este hijo, el hijo del
inmigrante, es el reivindicador, el eterno defensor de ausentes, con intereses
que no son los de la colectividad, con postulados previos discrepantes.»
Ezequiel
Martínez Estrada, Radiografía de la
pampa. Buenos Aires: Losada, 1942.
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