«ANTONIO
(al advertir a Carmela). – Buenas tardes,
señora. ¿No sabe si tardará mucho en volver su marido?
CARMELA
(fríamente). – Viene llegando por
allí. (Señala izquierda y mutis puerta
rancho.)
ANTONIO
(hacia izquierda). – Salud, don
Pietro. Lo estaba esperando.
PIETRO
(entra por izquierda, trayendo una bolsa
en una mano y en un hombro colgada la escopeta. Viene sudoroso, fatigado, con
visibles muestras de sufrimiento en el semblante). – Bona tarde, Antonio… (A Catalina, entregándole la bolsa.) Tome
hiquita, lleve per allá esa patata. Creo que son la última… (Deja la escopeta arrimada a la pared del
rancho y vuelve junto a Antonio. Sacándose el sombrero y secándose el sudor con
un pañuelo rosco.) ¿Qué dice, Antonio? Siéntese. Yo estoy muy cansado. ¡Qué
giornata terrible!... (Ambos se sientan.)
ANTONIO.
– Efectivamente, estamos pasando un verano espantoso y para colmo con una
sequía tremenda.
PIETRO.
– ¿Me buscaba por algo osté?
ANTONIO.
–Sí; quería conversar un rato, ya que pronto dejaré estos pagos, aunque pienso
volver para despedirme el día de mi partida.
PIETRO
(sorprendido). – ¿Cúme, se va de la
colonia?
ANTONIO.
– Sí, amigo; no deseo estar más al servicio del señor García Castro. Me voy a
probar suerte en la ciudad.
PIETRO.
– ¿Ha tenido algún disgusto con el patrón?
ANTONIO.
– No, pero me resulta violento cumplir ciertas órdenes. Yo no tengo carácter
para algunas cosas. Demasiado he cumplido trabajos contra mi voluntad. Ahora,
no sé si sabe, el patrón ha resuelto desalojar a varios colonos.
PIETRO. – Lo sé; a me anque.
ANTONIO.
– Bueno, y eso yo no lo hago, ni quiero verlo. Prefiero irme, antes que tomar
parte en una infamia semejante.
PIETRO
(suspirando con honda tristeza). – Ecco
il fruto de sei año de trabaco en este campo; quedar en la calle y esposto a
morirme de hambre con la familia. ¡Osté había recibido ya la orden del
desaloco?
ANTONIO.
– No; yo tengo noticias no más; el que ha recibido las órdenes es el juez de
paz que no tardará en notificarlo. Yo no quiero saber nada; por eso me voy. Y
quería ponerlo en aviso por si no lo sabía. Creamé que me duele darle esa mala
noticia, porque yo lo aprecio mucho a usted.
PIETRO.
– Mucha gracia. (Al ver que Carmela entra
por puerta rancho.) No diga nada más; no quiero que ella sepa esto. La
póvera stá delicada de salute.
ANTONIO
(incorporándose). – Está bien. Bueno;
me voy a ver si empiezo a arreglar mis cosas. (A Carmela.) ¿Qué tal señora, cómo le va?
CARMELA. – Sempre lo mismo.
PIETRO (a Carmela). – Antonio se ne va de la colonia.
CARMELA
(indiferente). – Será per mecorar.
ANTONIO.
–Posiblemente. Antes de irme del todo, vendré a despedirme de ustedes.
CARMELA.
– Cuando guste.
PIETRO.
– Disculpe se no lo convidamos cume ante aunque sea con mate cocido. Hace
tiempo que no podemo darse ese luco.
ANTONIO
(palmeándole la espalda a Pietro). –
Lo agradezco lo mismo, amigo. En cambio le voy a tomar un trago de agua, porque
mucha sed, ¿eh?
PIETRO.
– ¡Cúme no! De eso tenemo todavía.»
Alejandro
Berruti, Madre tierra. Drama en tres
actos.
Estreno el 16 de noviembre de 1920 en el Teatro Nuevo de Buenos Aires, por la Compañía Rivera-De Rosas.
Bibliografía: Luis Ordaz (selección, estudio preliminar y notas), El drama rural. Buenos Aires: Librería
Hachette, 1959.
Testimonio
del dramaturgo Alejandro Berruti para el Ciclo Reseñas del Departamento de
Letras de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, disponible online: Repositorio Institucional de la UNLP
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.