«El
comercio tenía bastante importancia, sobre todo desde que llegó el ferrocarril,
pues entonces comenzaron a establecerse “barracas” para el acopio de frutos del
país –lana, cueros, etc.– . Estos establecimientos fueron pronto los más
importantes y prósperos, llegando a efectuar ciertas operaciones bancarias –depósitos
en cuenta corriente y a plaza fijo, descuentos, giros– que antes hacían
difícilmente las principales casas de comercio.
Entre
estas últimas, la más notable era la de Gorondo, que reunía en un inmenso
edificio de un solo piso con techo de hierro galvanizado, los ramos de tienda,
mercería, almacén, despacho de bebidas, corralón de madera, hierro y tejas,
mueblería, armería, hojalatería, pinturería, ropería, librería, papelería y
droguería, amén de otras especialidades.
Aún
quedaban otros establecimientos análogos, restos de la época en que era
necesario acapararlo todo para realizar alguna ganancia, y en que todos estos
comercios se complementaban todavía con la compra-venta de frutos del país.
Pero iban perdiendo terreno ante la especialización, pues año tras año
surgieron tiendas y mercerías, almacenes de comestibles, boticas, mueblerías,
platerías, sastrerías, zapaterías de diverso orden, hoteles, fondas y
bodegones, hasta un conato de librería y una cigarrería pequeña; casas entre
las que sobresalía como una perla de incomparable oriente la
Sapateria e spacio di bevida
di Romolo e Remo
di Giuseppe
Cardinali
Pago
Chico tuvo, por consiguiente, sus Bon Marché y sus Printemps antes que París, o
al mismo tiempo, para perderlos luego y verlos sin duda reaparecer cuando se
complete el ciclo de su evolución progresiva.»
Roberto
J. Payró, Pago Chico. Buenos Aires:
Casa Editorial Mitre - M. Rodríguez Giles, 1908.
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