«Bianchetto
dejó la playa de Sestri Ponente sin mirar para atrás; sin un recuerdo tierno
para los días sin nubes que para él se habían sucedido. El padre quedaba bien
muerto. La tía Marcotta también. Nadie quedaba tras él. Él mismo era nadie: una
piedra, una yerba que se aparta con el pie, y se sigue, cada cual ocupado de
cosas más serias. Él no tenía más cariño que para su pequeño tesoro, ni tenía
más ayuda que la propia. Con ésta ahorraba el costo de su pasaje, pues en
cambio de su transporte á Buenos Aires, él servía de grumete en el barco,
pudiéndose romper una pierna al subir al palo mayor ó resbalar sobre la
cubierta en una noche de borrasca.
¿Cómo
había vivido? Algo peor que como vive un pollino, al que se considera por ser
el agente indispensable de la ganancia del día. Él nada sabía hacer, porque
nada le habían enseñado. Leía apenas, porque el cura había intervenido para que
lo admitiesen en una escuela, en cambio de los mandados que él le hacía y de
barrerle la sacristía y las dos habitaciones.
El
único servicio por el cual no se le había exigido condigna retribución, debíalo
á los caballeros españoles, quienes le habían enseñado á cantar y tocar la
guitarra, marchándose en seguida para América, é invitándolo á ir allá. Pero
¿estaba seguro que éstos no le exigirían algo en América? ¿Cómo era esta
América que tan lejos estaba de la Europa? Recordaba que los caballeros
españoles le dijeron que la América era una bella promesa que se brindaba á los
hombres de todas las latitudes. ¿Y qué le prometerían á él? ¿Riquezas? Él no
debía confiar en las promesas después de lo que le había sucedido con la
extranjera.
Entre
este deshilachado giraba la mente de Bianchetto el día de la partida del Colombo, cuando la marinería estaba en
la faena de cargar y estivar pipas, y cajones, y bultos de toda especie,
mientras el mayordomo y su cuadrilla se las habían con los pasajeros y los
equipajes, muchos de los cuales valían más que los pasajeros.»
Adolfo
Saldías, Bianchetto. La Patria del
trabajo. Buenos Aires: Félix Lajouane Editor, 1896.
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