lunes, 11 de junio de 2012

Le fragoline di bosco

Fernanda Elisa Bravo Herrera
A la memoria de mi mamá y de mi nonna

Da bimba mi piaceva mangiare le fragoline di bosco. Ahora, ese patio largo con parras y el rumor de una escuela en recreo. Mi domando quando tornerà il mio amore. Un oceano insieme e poi stare lontani e ora le piccine… le nostre piccine giocano nel cortile... Un océano en el medio y nunca más el monte, la madre, las hermanas. Abraza el último regalo de la madre, antes de partir. Figliola, per te questo maglione. Después, el viaje al puerto al norte, e poi il bastimento, l’arrivo, i lunghi corridoi, il treno. No hablar de esto, solo alusiones. Tanto ci si capisce. Los domingos ayudar en el convento para los pobres, tejer calze para los niños del hospital, amarillas, de tantos tamaños. Y vuelven, mientras teje, las imágenes de la madre nel focolare… su figliola, mettiti a lavorare… Y baja otra vez la cabeza y teje y teje. Y así vuelve a ver a su madre en ese cruzar la lana que se vuelve punto por punto media. Por sobre el océano la voz de la madre le llega y le recuerda su lugar en casa. Y una media detrás de otra, y el marido que no vuelve esta semana, tal vez la otra. Y la imagen de la madre le llega mientras teje. Y otra media más y la noche que cae y las niñas que duermen y la cama que es grande, y que el océano devoró su mundo. Ahora, en su dormitorio desgrana el rosario y mira la imagen del santo en la pared, blanca y negra, grises y grises superpuestos, pero en sus pupilas sigue el tejido de las medias amarillas y la imagen de la madre que la acompaña en ese movimiento de sus manos. Se concentra en las cuentas del rosario pero quisiera cantar un estribillo de esa canción que le cantaba la madre, tibia en su regazo, dulce en su desgranar le fragoline. Otro día que pasa. Siempre ocupada, sempre.  

Me pregunto cuándo habrá tomado la decisión de irse de su pueblo de castaños y nieve, del Amiata. Tal vez nunca. Tibia y dulce, con sus ojos brillantes aún desde esa cama, postrada por los años, mirando en las cuentas del rosario un camino en el océano que no se pudo deshacer. 
Mi domando se l’acqua ha fatto sparire la strada di ritorno. Le escribe a la madre en papel fino, con sobres para via aerea. No se atreve a decirle que no puede volver por culpa del océano, que el agua engaña, mamma, que si se hubiera hecho el viaje por un sendero de tierra, i paesini, las piedras, i castagni, gli ulivi, los montes la hubieran ayudado a reconocer el camino de regreso. Ahora, en cambio, ese mar, ese océano, esas aguas inmensas se devoraron los pasos. Un mar de agua y no de castaños y olivos. No hubo pasos, piensa. Per questo non posso tornare indietro. Y sigue el rosario como sigue el tejido de las medias. Anclas en ese océano que es otro mundo extraño, tan ajeno. Se detiene retomando el estribillo de la madre, sigue las palabras, el ritmo. Un latido detrás del otro en el regazo de la madre, en sus entrañas. Era alegría, era alegría. Y te ríes en ese recuerdo de música y de fragoline di bosco en tu boca de niña. Y se te cierran los ojos en la risa como cuando eras niña. 
No sé si te acostumbraste a este nuevo mundo, con sus medias y sus estrellas distintas, pero sí sé que reías recordando. Niña en un mundo nuevo. Un mundo demasiado grande que alejaba tu casa, tu ventana sobre el monte, le fragoline di bosco que a veces soñabas en tu boca de anciana, mientras dormías con tu alma de niña en tus bosques infinitos.

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