«… se siente atado a la
nueva tierra por sorpresa. Como si alguien, y no él, hubiese estado anudándolo
en las sombras, sigilosamente, sin hacerse percibir. Y súbitamente su sangre,
su nombre, sus huesos, acaso el oscuro llamado que lo obliga a perseverar en el
trabajo desmedido, son totalmente de América. Nada de él.
Mira al niño y sonríe: ‘Criollo.
No está mal’…»
Luis María Albamonte, Puerto América, Buenos Aires, Club del
Libro A.L.A, 1942.
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