«Jamás me puedo olvidar
lo que esa vez me pasó:
dentrando una noche yo
al fortín, un enganchao,
que estaba medio mamao,
allí me desconoció.
Era un gringo tan bozal,
que nada se le entendía.
¡Quién sabe de ande
sería!
Tal vez no juera
cristiano,
pues lo único que decía
es que era pa-po-litano.
Estaba de centinela
y, por causa del peludo,
verme más claro no pudo
y esa jue la culpa toda.
El bruto se asustó al
ñudo
y fi el pavo de la boda.
Cuanto me vido acercar:
“¿Quén vívore?”
-preguntó:
“Qué víboras” -dije yo.
“¡Ha garto!” -me pegó el
grito.
Y yo dije despacito:
“Más lagarto serás vos.”
Ahi no más ¡Cristo me
valga!
rastrillar el jusil siento;
me agaché, y en el
momento
el bruto me largó un
chumbo;
mamao, me tiró sin
rumbo,
que si no, no cuento el
cuento.
Por de contao, con el
tiro
se alborotó el avispero;
los oficiales salieron
y se empezó la junción:
quedó en su puesto el
nación
y yo fi al estaquiadero.
Entre cuatro bayonetas
me tendieron en el
suelo.
Vino el mayor medio en
pedo
y allí se puso a gritar:
“Pícaro, te he de
enseñar
a andar declamando
sueldos.”
De las manos y las patas
me ataron cuatro
cinchones.
Les aguanté los tirones
sin que ni un ¡ay! se me
oyera
y al gringo la noche
entera
lo harté con mis
maldiciones.
Yo no sé por qué el
gobierno
nos manda aquí a la
frontera
gringada que ni siquiera
se sabe atracar a un
pingo.
¡Si creerá al mandar un
gringo
que nos manda alguna fiera!
No hacen más que dar
trabajo,
pues no saben ni
ensillar;
no sirven ni pa carniar,
y yo he visto muchas
veces
que ni voltiadas las
reses
se les querían arrimar.
Y lo pasan sus mercedes
lengüetiando pico a pico
hasta que viene un
milico
a servirles al asao...
Y eso sí, en lo delicaos
parecen hijos de rico.
Si hay calor, ya no son
gente,
si yela, todos tiritan;
si usté no les da, no
pitan
por no gastar en tabaco,
y cuando pescan un naco
uno al otro se lo
quitan.
Cuando llueve se
acoquinan
como el perro que oye
truenos.
¡Qué diablos! sólo son
güenos
pa vivir entre maricas,
y nunca se andan con
chicas
para alzar ponchos
ajenos.
Pa vichar son como
ciegos,
ni hay ejemplo de que
entiendan;
no hay uno solo que
aprienda,
al ver un bulto que cruza,
a saber si es avestruza,
o si es jinete, o
hacienda.
Si salen a perseguir
después de mucho
aparato,
tuitos se pelan al rato
y va quedando el tendal:
esto es como en un nidal
echarle güevos a un
gato.»
José
Hernández, El gaucho Martín Fierro, Buenos Aires, Imprenta de La Pampa, 1872.
Imagen:
“Martín Fierro con guitarra”, serigrafía de Juan Carlos Castagnino (1908-1972).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.