«La gran mayoría de los que
regresan no han fatto l’America sino,
por el contrario, se van quejando de la desastrosa aventura que los vuelve
derrotados a su vieja tierra. Sin embargo no se les había ofrecido más de lo
que podía dárseles: campo en que hacer su hogar y desarrollar su acción,
seguridad de vidas y haciendas, justicia rápida, equitativa, insospechable,
barata, comunicaciones fáciles para la salida de sus productos. Y todo esto que
puede, que debe dárseles, porque nos beneficiaría a nosotros mismos en primer
término, se traduce precisamente en todo lo contrario…
La tierra —mucha parte de
ella, por lo menos— está en poder de compañías especuladoras y avaras, que
mientras aprovechan el trabajo del colono no le permiten conquistar el pedazo
de terreno comprometido y que sería su independencia, porque permitiéndolo
perderían el siervo seudolibre que las enriquece. La seguridad de nuestras
campañas ha sido y es un mito, pues las autoridades encargadas de velar por
ella se nombran con miras inconfesables de dominio político, y con el mismo fin
les dejan facultades tiránicas de que todavía abusan…»
Roberto J. Payró, La Australia argentina, Buenos Aires, Imprenta
de La Nación, 1898.
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