«La gran ciudad reposaba. El último tranvía
arrastrábase en la calle desierta, resonando su agrio trompetazo con eco
temeroso: ni otra luz que la de los faroles, ni otro ruido, ni puerta abierta,
ni alma viviente que pasara; la ciudad del trabajo dormía, la colmena humana
que al nacer del alba había de agitarse y conmoverse toda. Jean tendía el oído
y se imaginaba percibir, como en la simbólica campana del doctorcillo, el rumor
que, debajo de aquella inmensa de la República, producían los millares de seres
venidos de todos los puntos del globo: españoles, franceses, italianos,
ingleses, alemanes, rusos, suecos, noruegos, portugueses, dinamarqueses… los
hombres de buena voluntad, los coleópteros y lepidópteros de la escala superior,
sujetos a la maravillosa metamorfosis.»
Imagen: fotografía de inmigrantes (1937).
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