«Empezó
la era del trabajo entonces. Tronchan y tumban la arboleda. Desmontan el
bosque. Estirpan los cercos. Desarraigan el cesped y arrancan cañaverales,
alambres y postes. Borran las zanjas. Se abre el suburbio y se dilata el
horizonte. En su marco azul allá en el fondo, se ven todavía quintas destinadas
á desaparecer mas tarde, con alambres y cercos de sina-sina ó divididas por
hileras de eucaliptos gigantescos. La region asolada por la mano del hombre
empieza á poblarse. Una multitud de hornos se levanta, pirámides truncadas de
ladrillos que abren su cráter al cielo, que presentan en los cuatro lados
troneras oscuras y descansan sobre enormes bóvedas. Al lado los cardales secos,
montones de paja y carbón y el pisadero circular y negro lleno del humus que
arrancan los obreros hundiendo en el cesped con el pié derecho la pala. Lo
mezclan con bosta y agua y agitan en rededor la manada de yeguas, aglutinadas
las colas de lodo, que giran y pisotean flageladas por el látigo y exitadas por
los gritos. Despues toman el barro tenaz y consistente que resulta, lo colocan
en cajones chatos y lo dividen. Son los pequeños rectángulos negros que van
sobreponiendo en largas hileras en el suelo. Allí se secan y se tornan
cenicientas, mientras un pueblo innumerable, robusto y juvenil trabaja con las
piernas desnudas hasta las rodillas, los brazos hasta el codo, sudorosos y
frenéticos en medio de cantos y de alegrías. Van, vienen, aparecen y
desaparecen ocultados en sus andanzas por los montones de cardos del túmulo,
que espera el fango para aladrillarlo, ó hundiéndose en las hondonadas de la
cava, el pico al hombro para sacar tierra. Despues hacen fuego en el horno y
disponen alrededor los rectángulos cenicientos, unos sobre otros, separados los
intersticios por capas de carbón y los juntan con el reboque de barro que
aplanan con la mano y extienden en las cuatro caras de la pirámide. Debajo arde
la hoguera. Se revuelve y chilla la llamarada que no puede lanzar al exterior
sus torrentes de luz que se azotan y se estrellan contra la pared enorme que
los ocultan y se repliegan al centro, bramando con desvastadores mugidos. El
fuego cunde, el carbón de los intersticios se enrojece y llamea. El humo filtra
á chorros con violencia por todas las grietas que el calor abre en el fango
reseco, silba, estrepita y rezonga como si fueran écos lejanos del fragor y de
los bufidos de la hornaza y se despliega después como una niebla mefítica y
acre que muerde la garganta y asfixia, sobre aquel pueblo de obreros que se
retiran al caer el sol al descanso, cantando los aires de la tierra natal.
Entra la noche entonces. Las sombras se apoderan de los suburbios. Brillan aquí
y allá luces en algunas casas y se oye la canturia monótona del grillo y
lejanos ladridos de perros, mientras el horno brilla lleno de esplendor rojo
que se destaca avivado por las sombras.
Con
esos ladrillos los trabajadores han creado la ciudad nueva; la pared
rectangular que circunscribe el sitio y fija la propiedad; el pozo en el centro
con su gran brocal redondo y las dos piezas pequeñas á pocas varas de la vereda
que miran al Este para que las cunas se saturen de los rayos del sol matinal.
Todavia no hay sala á la calle. Los ahorros de muchos años de trabajo no
alcanzan para ese lujo, y después hay que saber, que los muchachos son chicos y
se debe guardar para ellos.
Los obreros conversan á las doce estas cosas sentados frente á las compañeras delante del plato grande de sopa humeante y sabrosa. En esa hora los niños hacen irrupcion en el patio, el rostro súcio, los dedos llenos de borrones, la gran cartera de cuero negro á la espalda adherida con correas que pasan debajo del áxila como la mochila del soldado. Los sientan al lado de ellos para comer. Los padres hablan su idioma; los hijos el lenguaje que aprenden en la calle y que no se puede enseñar en la escuela, el único que van á conversar con todos los giros ingénuos y la riqueza de una lenta y prodigiosa elaboracion en medio del sol y de las emanaciones de una robusta naturaleza entre la amalgama secular de todas las razas. Conversan y se entienden asi mismo hablando idiomas distintos, porque los padres se han impregnado del medio y mezclan á su vocabulario extranjero las frases y los modismos que les oyen á los hijos, cuya vivacidad los seduce, los enternece y alienta. Entonces, mientras la madre á la hora de la siesta, mece con el pié la cuna donde duerme el mas chico sobre su colchon de chala y canta aunque extranjera ese tiernísimo arrorró que todas cantan, el obrero despierto, descansa y sueña……… Quiere ser rico para esos muchachos que han vuelto á la escuela; quiere ver todavía una vez la casa donde ha nacido y volver á morir allí mismo entre esas cuatro paredes que él ha construido para ampararlos; porque su patria es ahora la tierra que lo hospeda, donde han nacido sus hijos y su templo es esa casa de dos piezas de ladrillo rojo, llena de besos, de gritos y de vagidos y del temblor impetuoso de la ambicion de su dueño……. mientras oye que la madre sigue meciendo con el pié la cuna bajita donde duerme el mas chico sobre su colchon de chala, en la penumbra de la pieza en medio del silencio profundo de la siesta. Asi surgen por todas partes las casas de dos piezas, frente á frente, en hileras y en grupos. Forman caserios, manchas rojas lejanas y pequeñas aldeas que borran después las esplanadas vacias y se cuajan al fin en esas formidables manzanas cuadriláteros, que estan allí sentados como fortalezas gigantescas construidas por la virilidad de la raza nueva, indeleble signo del esfuerzo titánico de la virtud y del trabajo, á guisa de colozales macizos miliarios que van señalando los grandes trancos de la ciudad, en su marcha pertinaz y conquistadora hácia la pampa.»
Sicardi,
Francisco A., Libro extraño. Tomo II
Genaro. Buenos Aires: Imprenta Europea, 1895.
Imágenes:
Puerto de Buenos Aires, fines del siglo XIX, documento fotográfico, Album
Aficionados, inventario 378, Archivo General de la Nación; Trabajadores, fines
del siglo XIX, documento fotográfico, Album Aficionados, Inventario 213161,
Archivo General de la Nación (Enlace a la página del Archivo General de la Nación).
los obreros, italianos o argentinos, dejando el sol de sus cuerpos cada día...
ResponderEliminarMuy significativo el retrato, en los albores del siglo XIX.
Saludos.
Sicardi es un autor, lamentablemente, olvidado dentro de la literatura argentina, aunque el "ciclo" de "Libro extraño" sea muy significativo. Fuerte la descripción de los trabajos y de los trabajadores, con la fuerza de las imágenes plásticas. ¡Gracias por seguir el blog!
ResponderEliminarAdemás es muy interesante la intertextualidad con la imagen congelada de la fotografía...es otro código para traducir el de la imagen...
ResponderEliminarUn gusto Fer!...Seguimos en diálogo!
Abrazos.
Hola, Ceci:
ResponderEliminarEl patrimonio fotográfico vinculado con la inmigración es riquísimo, no solo para reconstruir el fenómeno de la inmigración sino también la historia social de un país, incluyendo varios aspectos. Son muy interesantes dos libros que se centran en esta faceta de la emigración italiana. Puedo aconsejar dos, en especial. Uno es de Paola Corti, L'emigrazione, publicado en Editori Riuniti en 1999, que forma parte de la "Storia Fotografica della Società Italiana" dirigida por Giovanni De Luna y Diego Mormorio. Otro es de Maria Rosaria Ostuni y Gian Antonio Stella, Sogni e fagotti. Immagini, parole e canti degli emigranti italiani, publicado en Rizzoli en el 2006, que tiene, además, un cd, "Sogni e fagotti", con registraciones musicales de la "Compagnia delle Acque".
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Abrazos,
Fer