Gris de ausencias y desarraigos *
Fernanda Elisa Bravo Herrera
Gris de ausencia de Roberto Cossa (1981) es la representación del desgarre de una doble nostalgia que marca, en
forma indeleble, la condición del migrante que nunca deja de serlo y que vive
por ello en una permanente frontera sin construir, o reconstruir, el sentido de
pertenencia y radicación.
El tema de esta obra, como explica Cossa, no es casual y su
representación, durante la época de la dictadura, constituía, por una parte, una metáfora del
exilio, sea interior sea exterior, y, por otra parte, una expresión de la disyuntiva de muchos
argentinos durante el «terrorismo cultural». Cossa cuenta que escribió esta
obra para ser representada en el Teatro Abierto, luego de un viaje a Europa en
el que visitó a sus amigos argentinos exiliados y conoció a otros argentinos,
también exiliados, ninguno de los cuales, señala, era feliz, sea que se
integraran o rechazaran el nuevo lugar en el que vivían. La experiencia de ese
viaje se inscribe entonces en la escritura de Gris de ausencia, modelizando el tópico del exilio y el de la
(doble) inmigración.
La ausencia en Gris de ausencia es múltiple y compleja porque indica fundamentalmente la falta de una identidad definida, de un
horizonte de representación identitaria e identificatoria. Es, por tanto, una
no-posesión indicativa de la condición del migrante que no ha logrado integrarse
al nuevo medio ni separarse completamente de su tierra de origen. Ésta se
vuelve, desde la distancia o desde el regreso, imposible en su recuperación. La
ausencia implica entonces un estado permanente de extrañamiento.
El regreso, paradójicamente, es un-no-regreso, no solamente porque es
imposible recuperar un recorrido biográfico en la tierra de origen que se ha
interrumpido por la partida, sino también porque el emigrante/inmigrante se ha transformado en un sujeto que se
quedó fijado en la frontera temporal o espacial. En suma, es un exiliado de cualquier
posibilidad de pertenencia, un extraño fuera de lugar, suspendido, fragmentado,
alternando en su recomposición identitaria espacios que no logran configurarse desde
un presente real, sino desde proyecciones fragmentarias, incompletas, reelaboradas
desde el pasado premigratorio.
La frontera es, entonces, ese espacio único en el que habita, lábil, pero no
necesariamente de encuentros, sino de soledad y entrecruzamientos conflictivos
que revelan una crisis y una angustia existencial y, con ella, a veces, la
crítica a un proyecto político de integración o de mitificación de la
inmigración que no han logrado concretarse o se revelan inútiles en el
recorrido individual y dramático de los sujetos escindidos. La frontera,
espacio del emigrante, lugar de la ausencia en sus múltiples sentidos, queda,
pues, fragmentada como la identidad y como el lenguaje, en sus idiolectos.
El desarraigo es asimismo lingüístico y, como tal, expresa la
oscilación identitaria, la deshilachada identidad por las hibridaciones y los contactos culturales y, fundamentalmente, la imposibilidad de la comunicación
incluso entre los miembros de una misma familia. Desintegración de
la sociedad desde su núcleo –es decir, la familia–, enfrentamiento entre los
miembros de la comunidad, desplazada geográfica y culturalmente y, sobre todo,
soledad de los sujetos, que deben enfrentarse con la sociedad, pero más aún con
sus recuerdos, con las imágenes de una patria ya imposible de recuperar o de
construir.
El exilio permanente, la fragmentación y el extrañamiento deconstruyen el mito de la emigración y la utopía vinculada a éste, revelan y desenmascaran
–como si se tratara de la introspección en la conciencia al modo del teatro
pirandelliano– una distopía, una equivocación, el engaño, los desengaños, en el
fracaso del proyecto inmigratorio. Es un largo proceso en el que se desarman,
se desmontan, se neutralizan los diferentes mecanismos y estrategias de los
personajes, tendientes a defenderse de la desposesión, de la carencia de un
espacio de pertenencia y de identificación, en última instancia, de la ausencia de un
lazo histórico y afectivo que los proyecte y una dándoles
raigambre y estabilidad.
El
desarraigo es, finalmente, lo que se revela en el desenmascaramiento, la
extraterritorialidad cultural, en una doble configuración, ya que en Gris de ausencia la emigración se
presenta como aquella que trata de regresar a la tierra de origen, es decir, la
que abandonando Argentina para retornar a Italia, una vez en la «patria» de
origen, sufre el extrañamiento como lo había sufrido en Argentina. Con la metáfora del desarraigo se evidencian el fracaso del proyecto de pertenencia cultural y el exilio simbólico, no solamente de una patria, de
una tierra, sino de una utopía, el de la construcción de la identidad, que se revela grotescamente inalcanzable.
* Texto modificado y sintetizado de la ponencia presentada en el XXXII Congreso Internacional de Americanística, organizado por el Centro Studi Americanistici “Circolo Amerindiano” (Perugia, mayo de 2010). Publicado en forma completa: “Desarraigos, fronteras y exilios de la inmigración:
Stéfano de Armando Discépolo y Gris de ausencia de Roberto Cossa”, en Quaderni di Thule. Rivista italiana di studi americanistici. Atti del
XXXII Convegno Internazionale di Americanistica. Perugia: Centro Studi
Americanistici “Circolo Amerindiano” Onlus, 2011, pp. 843-852.
Muy bueno tu analisis de gris de ausencia, simpre me interroga elpersonaje de Chilo, grande soltero y laburando medio de prestado en la trattoria y pensandoen Buenos aires, q pensa vos de el?
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