miércoles, 12 de septiembre de 2018

Los reinos perdidos, de Maristella Svampa (2005)




«Media hora más tarde, luego de escuchar el relato del adolescente, inevitablemente salpicado de escabrosos detalles acerca del accidente, Rodolfo volvía para Buenos Aires. Antes de dar la media vuelta, buscó la única oficina de teléfonos que había en la ciudad y pidió a la operadora que lo comunicara con el número de la agencia de Marietta.
Ciao, caro –le respondió ella, con un timbre cálido en la voz en cuanto lo reconoció–. ¿Cuándo venís? Te espero desde antes de ayer, lo sai
–Tengo que volver para Buenos Aires. Un amigo, un colega se mató en un accidente en una ruta del mar.
Ella se quedó en silencio del otro lado de la línea, sin saber qué decir. Él buscó apurar las palabras, hablando a los borbotones, ya que en realidad no veía la hora de subir al auto y encarar hacia el norte, hacia la costa, para llegar a la ciudad junto al río, esa misma ciudad de la cual Don Cosme nunca tendría que haber vuelto a salir.
–Te hablo después de que pase todo.
–¿Todo qué?
–El velorio, el entierro, eso…
Va bene, Rodolfo. Fa’ come ti pare.
–Sí, claro.
Ti raccomando, Rodolfo. Ti raccomando.
–Sí, sí. Chau, hasta pronto –se despidió casi a las apuradas, mientras colgaba el auricular que parecía estar quemándole las manos.
Cuando salió de la oficina, antes de emprender el viaje hacia la capital, Rodolfo levantó la vista y contempló cómo el horizonte se tragaba los últimos rayos de sol. Las achatadas casas de la cuadra mostraban sus ventanas iluminadas, las cortinas cuidadosamente corridas. Luego, arrancó el motor y se dispuso a recorrer el largo camino de regreso. Antes de internarse por completo en la pura negrura de la noche, tuvo que rehacer el camino de acceso, apenas iluminado por unos faroles de luces amarillas y vacilantes. Al llegar al cruce de rutas, Rodolfo dobló hacia la izquierda y entonces se sumergió de lleno en el viaje.»

Maristella Svampa, Los reinos perdidos. Buenos Aires: Sudamericana, 2005.


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