domingo, 23 de septiembre de 2018

La inmigración en el primer siglo de la independencia, de Juan A. Alsina (1910)




«Entre los problemas que se han de resolver para perfeccionar la nacionalidad argentina, legados por las generaciones que han actuado en el siglo primero de la Independencia, á las generaciones que en el segundo ejercerán el gobierno, es uno de los primeros la incorporación á la ciudadanía de los hombres que como inmigrantes entran al país y tienen capacidad y méritos suficientes para no quedar limitados á ser meros habitantes, con fueros de tales, sin el fuero de argentinos.
Ese problema debe ser atendido, sin mayor dilación, con prudencia, serenidad y firmeza, antes que se haga más complejo por la venida de mayor número de extranjeros.

La inmigración debe ser recibida en la República Argentina, con el criterio de su incorporación á la comunidad nacional, haciéndola fijar su hogar en el territorio, con todas las obligaciones y derechos que la Patria impone y concede á los ciudadanos.
Así fue establecido en nuestra Constitución, como generosa ventaja que podría ser aceptada fácilmente y con agradecimiento por todos los hombres del mundo, á quienes se brindaba una nueva patria, con el goce de la libertad é igualdad civil, sin fueros personales, ni aristocracia.
La nueva patria no sería impuesta al extranjero que se amparara del Sol simbólico; se esperaba que él la adoptara, apresurándose, en los términos de la ley, á aceptar las obligaciones y los derechos de la ciudadanía, desprendiéndose de su patria natural, el suelo de su nacimiento, instituciones que lo educaron y rigieron, vínculos de familia, lazos de la amistad, recuerdos nacionales: de esos profundos sentimientos que no pueden hacer desaparecer del alma de ningún hombre ni aún los desengaños políticos, injusticias ó persecuciones.
La realidad fue otra. Ese extranjero no borró de su alma la patria nativa para hacerse ciudadano argentino, y aún más, no ha permitido que los hijos que trajo en su familia, se hicieran argentinos. Ni en el primer tiempo de su arribo, ni después de los largos años de su residencia definitiva en nuestro suelo, cuando hubo conocido bien la ventajosa situación en que se hallaba para sus intereses materiales y condición civil, y la situación política á que podía aspirar, pudo ó quiso quitar de su alma aquella patria de la que quizá fue soldado asistiendo á batallas de triunfo nacional interno ó externo, á la que oferta desde el suelo argentino la dignidad y la fortuna alcanzada. Tal vez ama dos patrias, dos suelos, el nativo y el del bienestar; á éste por que lo regó con el sudor de su frente y en él nacieron algunos de sus hijos, que son argentinos, como lo serán todos sus descendientes.


La persistencia, durante más de medio siglo, de este hecho de no adopción por el inmigrante, de la nacionalidad ó ciudadanía argentina generosamente puesta á su disposición y no impuesta por ley, ha dado lugar á una falsa noción, de que debemos precavernos, que circula ya con volumen, acariciada por los extranjeros inmigrados y aceptada sin examen, creyéndola sin importancia por el público, es decir, por los papeles diarios que dan lectura á la opinión, y por personas que repiten inconscientemente palabras cuyo valor ó trascendencia no alcanzan.
Esa noción es la de colonia ó colectividad. Así se dice la colonia argentina en París; la colonia italiana en la Argentina; la colonia alemana en Buenos Aires; la colectividad francesa, la colectividad inglesa; la colonia siria, ú otras.
Es una falsa noción que se opone á la noción positiva de patria argentina. Dentro de una nación como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, República Argentina, ó cualquier otra, no hay ni puede haber colonias ó colectividades, sino una sola colectividad ó comunidad, la comunidad nacional, francesa, británica, española, yankee, argentina, ó la de la nación de que sea toda su población. En la Argentina no puede haber otra colectividad que la única: argentina. Ni tampoco colonias de ninguna otra nacionalidad, porque colonia significa una población fundada en un territorio sin dueño, soberano ó gobierno, para tomar posesión de él, conquistarlo, poblarlo, explotarlo, como se hizo en la edad antigua para expansión de Fenicia, Roma y Grecia, y en la edad moderna por España, Inglaterra, Francia, Portugal, cuyas colonias dieron origen á las grandes naciones de ambas Américas, ó las más recientes ocupaciones del suelo africano.
Esa falsa noción de colonia ó colectividad, causa el ensimismamiento y aislamiento de los inmigrantes de cada nacionalidad, privándoles de fraternizar entre ellas y fundirse en el pueblo argentino, resultando un sentimiento refractario á la ciudadanía, formando en el país conglomeraciones de grupos de tal ó cual nacionalidad, que están cercanos entre sí, pero separados; y desunidos de los argentinos, que tienen  obligación, por sus deberes políticos, de velar por la seguridad y bienestar de esos habitantes; llegándose hasta á hacer propaganda para formar confederaciones entre las Sociedades extranjeras para fines de conservación de su nacionalidad, dando más cohesión y fuerza á la anhelada colectividad.
La noción que debe prosperar, desechando imperiosamente aquella otra, es la de inmigración, que consiste en la entrada del extranjero, individualmente, para unirse á los argentinos, incorporándose á la nacionalidad, como la ley lo establezca, participando de la vida económica, social y política del pueblo fundador de la nación; de sus propósitos, sentimientos, ventajas y adversidades, sin encerrarse en agrupaciones cultoras de recuerdos con el símbolo de banderas transoceánicas, sino saturándose de la historia é instituciones argentinas, bajo la bandera del Sol, que da protección tan grande y buena como las que tienen cruces, estrellas, águilas, leones ú otros signos heráldicos por emblema.
La República Argentina no recibe colonos sino inmigrantes, para el aumento de la población de su territorio, dedicado á la humanidad, bajo su ley, su lengua, su protección, su escudo, su oliva, su encina y su laurel.»



Juan A. Alsina, La inmigración en el primer siglo de la independencia. Buenos Aires: Felipe A. Alsina, 1910.



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