lunes, 24 de septiembre de 2018

Falso contacto, de Ana Ojeda (2012)





«Las relaciones Marano-Moliterno habían sido complicadas desde siempre. Si todos hubieran sido italianos, la convivencia ya hubiera sido difícil. Mujeres imposibles de compaginar: gritonas, trágicas, melodramáticas. Fuertes. Verdaderos motores del hogar. Pero no eran sólo italianos: eran italianos del sur, calabreses. De Cosenza y de Catanzaro. Los Marano, en realidad, eran originarios de Figline, un pequeño pueblito de montaña, como un porcino –u cozzu nivuru– adosado al costado de la Sila, a unos quince kilómetros de Cosenza. Allí habían nacido todos menos Aquiles, hermano menor de Odiseo. Unos tras otros vistos al mundo gracias a las labores incuestionables de parteras autodiplomadas, expertas a fuerza de prueba y error. Figlineses que un día bajaron a Cosenza y ya no volvieron más que para saludar a la parentela. Cosentinos por adopción, en su círculo íntimo no se abstenían de sonreír con la famosa cantinela: Se la merda fosse oro Catanzaro che tesoro!
Los Moliterno eran menos escandalosos, pero igual de tajantes a la hora de opinar de sus vecinos. No se explayaban en críticas o ironías porque se preservaban con gran cuidado para el futuro: cuando tengamos i sordi y seamos gente de tratar con respeto. Sólo invertían sus energías en trabajar: Lavorare e non pensare, repetía don Ermes, aplicándose a la venta de especialidades calabresas en un pequeño local a quince minutos a pie de la casona. La máxima había resultado efectiva, que incluso habiendo llegado varios años después que los primeros Marano, los Moliterno habían logrado una posición más holgada y mejores perspectivas para sus hijos, de los cuales algunos hasta habían hecho algunos años en la escuela pública.»

Ana Ojeda, Falso contacto. Buenos Aires: Milena Caserola, 2012.


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