«¿Qué se habrá quebrado en nosotros al partir? ¿Dónde
extraviamos el pedregal de mi padre, las amadas colinas de mi abuelo? Es como
si en el atado que por todo equipaje trajimos en el barco, sólo hubiéramos
metido la ropa y las cobijas, algunas cacerolas, confusos recuerdos, un loco
sueño de riqueza que habría de ser nuestra perdición. Mientras allá, en la casa
de piedra que no nos pertenecía pero en la cual habíamos nacido y en la que tal
vez debíamos morir, quedaba lo que había sido nuestra vida: un espacio hecho a
la medida, los hostiles rostros conocidos, las voces familiares. ¿Detrás de qué
absurda quimera partimos? Nunca aprenderá a navegar quien deja el ancla en la
otra orilla, no hallaremos vientos favorables, jamás habrá un puerto seguro.
[…]
¿Sabe, Padre? También yo desandé la ruta en busca del lugar
en donde, se supone, comienza la memoria. Lo hice tan sólo para descubrir que
ya no está, que la lluvia y el polvo han borrado los rastros, que los tesoros
prometidos no son más que vino viejo, agrio. He visitado el puerto al
atardecer, después de reconstruir paso a paso el camino que hicieron. Los
adivino a la indecisa luz del alba: el hombre mostrando la senda, medio metro
delante de las dos mujeres vestidas de oscuro; los tres arrastrando penosamente
el equipaje en las cuestas, los atados de ropa, el precioso paquete con la
comida para el viaje: pollo hervido, un trozo de carne reseca, medio queso
duro, un par de botellas de vino del país, un puñado de castañas, un pan
horneado al alba por alguna vecina.»
Tizziani, Rubén, Mar de olvido. Buenos Aires: Emecé, 1992.
Imagen: «Moonrise over the sea» («La luna saliendo a la
orilla del mar») de Caspar David Friedrich.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.