viernes, 26 de octubre de 2012

Mar de olvido, de Rubén Tizziani (1992)



«¿Qué se habrá quebrado en nosotros al partir? ¿Dónde extraviamos el pedregal de mi padre, las amadas colinas de mi abuelo? Es como si en el atado que por todo equipaje trajimos en el barco, sólo hubiéramos metido la ropa y las cobijas, algunas cacerolas, confusos recuerdos, un loco sueño de riqueza que habría de ser nuestra perdición. Mientras allá, en la casa de piedra que no nos pertenecía pero en la cual habíamos nacido y en la que tal vez debíamos morir, quedaba lo que había sido nuestra vida: un espacio hecho a la medida, los hostiles rostros conocidos, las voces familiares. ¿Detrás de qué absurda quimera partimos? Nunca aprenderá a navegar quien deja el ancla en la otra orilla, no hallaremos vientos favorables, jamás habrá un puerto seguro.
[…]
¿Sabe, Padre? También yo desandé la ruta en busca del lugar en donde, se supone, comienza la memoria. Lo hice tan sólo para descubrir que ya no está, que la lluvia y el polvo han borrado los rastros, que los tesoros prometidos no son más que vino viejo, agrio. He visitado el puerto al atardecer, después de reconstruir paso a paso el camino que hicieron. Los adivino a la indecisa luz del alba: el hombre mostrando la senda, medio metro delante de las dos mujeres vestidas de oscuro; los tres arrastrando penosamente el equipaje en las cuestas, los atados de ropa, el precioso paquete con la comida para el viaje: pollo hervido, un trozo de carne reseca, medio queso duro, un par de botellas de vino del país, un puñado de castañas, un pan horneado al alba por alguna vecina.»

Tizziani, Rubén, Mar de olvido. Buenos Aires: Emecé, 1992.

Imagen: «Moonrise over the sea» («La luna saliendo a la orilla del mar») de Caspar David Friedrich.

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