Dulce y clara es la noche, y sin viento…
«Le
cedió la palabra a Giacomino, que comenzó a hablar de la luz del sol o de la
luna contemplada desde lugares donde no se distinguía el origen de la luz y se
explayó sobre el tema de una manera imposible de creer: las diferencias si uno
veía la luz por un balcón, a través de persianas entreabiertas, de un vidrio
coloreado, en el bosque, en un valle, del lado oscuro de un monte cuya cima se
dora bajo los rayos últimos del sol. Y cómo la luz, según los lugares y los
objetos, era rechazada, se confundía, se mezclaba con sombras y se volvía
incierta, difusa, imperfecta, incompleta, fuera de lo ordinario, devenía
vaguedad e incertidumbre, y cómo esta vaguedad e incertidumbre pedían de uno
para advertirlas una atención extrema, y era gratísima esta observación porque
permitía volar con la imaginación hasta aquello que no se ve, concediendo más
placer que ver todo enteramente.»
Gambaro,
Griselda, Después del día de fiesta.
Buenos Aires: Editorial Norma, 2005.
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