«[…]
Un niño que pregunta
cuándo vuelven los barcos.
Una mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe
—Ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa;
un río amargo…
5
Su lengua era difícil.
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos.
Bérlincourt se llamaban,
que es un hilo enredado.
Zíngerling se llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
el vino derramado.)
6
Una mujer que escribe:
—Nos casamos.
La tierra es nuestra ¡nuestra!
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno, el rancho…
Nuestro todos los árboles;
nuestro un único árbol,
tan grande, tan coposo,
que da gusto mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el campo.
7
Y como todo vuelve
—flor, golondrina, barco…—,
Un día serenísimo volvieron
los cantos ahuyentados;
volvieron uno a uno,
como pájaros.
Iban de boca en boca
los pájaros cantando;
de la boca del mozo,
orilla del Salado,
a la boca del hombre
que derribaba el árbol;
de la boca del hombre
derribando,
a la boca del ama que tejía
con los ojos cerrados.
Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
Del lado de Esperanza
el trigal avanzando.»
Pedroni, José, «La invasión gringa» en Monsieur Jaquín. Santa Fe: Edic. El Litoral, 1956.
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