«Tengo
que hablar de un barco que zarpó del Cono Sur, pero sucede que los comienzos,
como los finales, siempre me parecieron arbitrarios. Actúan como violaciones.
Dejan en el olvido acaso las posibilidades más hermosas. ¿Dónde comienza un
barco, o una naranja, o una mujer desnuda? Se necesita un juego para ir
entrando en trance poco a poco. En este sentido, cualquier comienzo es como
empezar a disponer las piezas, sacarlas de la caja, poner en fila los
soldaditos de plomo, que son los juguetes pero no el juego todavía. El
verdadero juego empezará más tarde, en el momento menos pensado estaremos
jugando sin saberlo. Contar una historia supone enredarse enteramente con el
lenguaje. Los soldaditos de plomo o el barquito de papel irán de un lado a otro
según los lleven las palabras.
El
juego consiste ahora en mover un barco italiano real llamado Cristoforo Colombo, a punto de zarpar
del puerto de Buenos Aires con setecientos no deseables a bordo, sobrevivientes
de un naufragio cuidadosamente buscado por eso que llaman la Historia, la
aburrida suma de los acontecimientos menudos de todos los días, entre los que
la gente vive y muere casi sin saberlo.
[…]
[…]
Hablar
de un barco migratorio es ocuparse de cosas fundacionales. Tremenda responsabilidad.
Y qué crimen no llevar un diario de a bordo, cuando cada ojo de buey, cada
escotilla, cada estrella que cambia de lugar y luego desaparece para siempre,
tiene tanta importancia para las migraciones que vendrán. Son puntos
referenciales, como el cuchillito. Según lo calendarios del mar, salir en un
barco migratorio es abandonar el continente para siempre. El vapor es
mitológico por eso. La fractura.»
Moyano,
Daniel, Libro de navíos y borrascas. Buenos
Aires: Gárgola, 1983.
Imagen:
«The Phantom Ship», de Albert Goodwin (1900).
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