«Al
oeste de la autopista se extiende la llanura: al dejar atrás los suburbios
industriales de Buenos Aires, todavía persiste el vacío típico de los campos de
pastoreo pero, avanzando hacia el norte, el parcelamiento de tierras, como
consecuencia de la inmigración, empieza a notarse en el paisaje. En esa franja
de quinientos kilómetros que bordea el río, la población, tanto urbana como
rural es, excepción hecha de la ciudad de Buenos Aires, la más densa de la
república. El suelo chato es interferido por pequeñas chacras protegidas por
masas de eucaliptos o de acacias, con una antena de televisión en el techo y el
infaltable molino de metal, que Baldomero Fernández Moreno comparaba con una
margarita. Una pequeña huerta casera y un corral o gallinero, completan el
conjunto. Esos núcleos habitados se levantan, más oscuros y más espesos que el
aire, dispersos y casi idénticos, como montones de materia depositada a ras del
suelo en porciones equitativas. Al norte y al sur de Rosario donde, como ya lo
sabemos, según Darwin, «el país es
realmente chato” de los campos de maíz y de girasol emergen, a distancia
regular unas de otras, las columnas que sostienen los cables de alta tensión,
disminuyendo de tamaño en dirección al horizonte. Como los caminos rurales que
se abren entre los campos no están asfaltados, cuando algún vehículo los
recorre va levantando un chorro oblicuo de polvo grisáceo; en las tardes
luminosas y sin viento, pueden verse las nubes de polvo inmóviles suspendidas a
lo largo del camino un buen rato después que la camioneta de caja abierta –típico
vehículo rural– que las suscitó haya desaparecido. Donde hay ganado, no es
difícil divisar dos o tres muchachos o algún viejo criollo –los primeros
montando en pelo y usando una rama pelada como rebenque, el segundo sobre un
caballo más convencionalmente equipado– ocuparse de él, sobre todo al
atardecer, ya que en las horas claras del día los animales, siempre dando una
impresión de lentitud constitutiva y de aburrimiento infinito, pastan
incansables y como con dificultad de viejos a causa de su meticulosidad de
rumiantes, el pasto verde del campo.»
Juan
José Saer, El río sin orillas, Buenos
Aires: Alianza Editorial, 1991.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.