jueves, 18 de octubre de 2012

Libro de navíos y borrascas, de Daniel Moyano (1983)




«Tengo que hablar de un barco que zarpó del Cono Sur, pero sucede que los comienzos, como los finales, siempre me parecieron arbitrarios. Actúan como violaciones. Dejan en el olvido acaso las posibilidades más hermosas. ¿Dónde comienza un barco, o una naranja, o una mujer desnuda? Se necesita un juego para ir entrando en trance poco a poco. En este sentido, cualquier comienzo es como empezar a disponer las piezas, sacarlas de la caja, poner en fila los soldaditos de plomo, que son los juguetes pero no el juego todavía. El verdadero juego empezará más tarde, en el momento menos pensado estaremos jugando sin saberlo. Contar una historia supone enredarse enteramente con el lenguaje. Los soldaditos de plomo o el barquito de papel irán de un lado a otro según los lleven las palabras.
El juego consiste ahora en mover un barco italiano real llamado Cristoforo Colombo, a punto de zarpar del puerto de Buenos Aires con setecientos no deseables a bordo, sobrevivientes de un naufragio cuidadosamente buscado por eso que llaman la Historia, la aburrida suma de los acontecimientos menudos de todos los días, entre los que la gente vive y muere casi sin saberlo.
[…]
Hablar de un barco migratorio es ocuparse de cosas fundacionales. Tremenda responsabilidad. Y qué crimen no llevar un diario de a bordo, cuando cada ojo de buey, cada escotilla, cada estrella que cambia de lugar y luego desaparece para siempre, tiene tanta importancia para las migraciones que vendrán. Son puntos referenciales, como el cuchillito. Según lo calendarios del mar, salir en un barco migratorio es abandonar el continente para siempre. El vapor es mitológico por eso. La fractura.»

Moyano, Daniel, Libro de navíos y borrascas. Buenos Aires: Gárgola, 1983.

Imagen: «The Phantom Ship», de Albert Goodwin (1900).

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