viernes, 23 de marzo de 2012

Italia y Argentina en la literatura. Diálogos y entrecruzamientos.



Italia y Argentina en la literatura.
Diálogos y entrecruzamientos [1]

Fernanda Elisa Bravo Herrera [2]

Hablar de los vínculos entre la cultura italiana y la argentina implica inevitablemente considerar, como punto de partida, el fenómeno de la inmigración italiana que inició aún antes del gran éxodo y, como lo señala Fernando Devoto en su Historia de los italianos en Argentina (2006), se remonta al período colonial. La “gran migración” italiana se produjo desde 1870 hasta la Gran Guerra; sin embargo, los flujos migratorios continuaron hasta después de la II Guerra Mundial sin llegar a ser aluviones, agotándose en 1976. En un siglo emigraron 26 millones de italianos, la misma cantidad de habitantes que había cuando Italia se unificó. Entre 1857 y 1930, señala Lucía Gálvez en Historias de Inmigración (2010), la población en Argentina se duplicó cada veinte años y en 1914 más de la mitad de la población de Buenos Aires no era nativa argentina.
El aluvión inmigratorio –no solamente el italiano– implicó un cambio en la sociedad argentina que Vanni Blengino denominó “simétricamente  transitivo” en cuanto también significó una modificación en la identidad de los inmigrantes. La inmigración en Argentina transformó el horizonte urbano y también el rural con la creación de colonias, especialmente en la zona de la pampa. Es por ello que esta zona se denominará sucesivamente “pampa gringa”, no obstante la organización en latifundios que impidió el desarrollo de un sistema agrario fundado en la colonización, como lo denunció Gastón Gori en numerosos de sus ensayos, entre los que se puede mencionar La pampa sin gaucho (1952), El pan nuestro (1958), El desierto tiene dueño (1958), Inmigración y colonización en la Argentina (1964). En estas transformaciones, la inmigración italiana tuvo una visibilidad relevante no solamente por su importancia cuantitativa sino también porque, a diferencia de la inmigración española, se percibían claramente las diferencias existentes, inclusive aquellas internas relativas a las regionales italianas que hacían que éstas se presentaran como un grande mosaico cultural. Por este último factor es necesario remarcar que las generalizaciones en torno a la inmigración italiana hicieron que muchas de las articulaciones internas perdieran su complejidad y algunas de las contradicciones que la definían en su totalidad. En este aspecto, los estereotipos funcionaron como una negación y una simplificación del fenómeno de la inmigración italiana y el Cocoliche, personaje de los sainetes, una mera caricatura, arbitraria y descontextualizada, de la cultura italiana que, más bien, debe considerarse como una red compleja de culturas regionales y estratificadas.
El fenómeno de la inmigración fue percibido y “narrado” de diferentes formas a lo largo de a historia, en una y otra orilla del Atlántico. La literatura recoge estas perspectivaciones, contradictorias y complejas, que parecen un caleidoscopio de imágenes y representaciones. Si en Italia, después del boom económico, se había cancelado de la memoria el pasado vinculado con la migración por considerársela una especie de estigma, de hemorragia social; al unificarse Europa y ante la “amenaza” externa, por la europeización, e interna, por los flujos migratorios de los llamados países extracomunitarios, las identidades regionales y la idea de identidad nacional se reforzaron, recuperando con ella las historias vinculadas con la migración evidenciada, entonces, como una epopeya. Durante el siglo del gran éxodo, en Italia, una política a favor de la emigración sostuvo el desplazamiento de masas, sobre todo campesinas, en parte, como una medida para sanear el tejido social, favoreciendo así las compañías navieras que publicitaban los viajes inclusive a través de guías para emigrantes y estipulando contratos de trabajo en los países de destinación para los emigrantes. En el período fascista emigrar no era visto como una manifestación de debilidad del estado italiano, sino como una oportunidad para los pioneros y los colonos portadores de cultura y civilización en el mundo, aunque el gobierno fascista tratara de desalentar el éxodo. La realidad, sin embargo, demostraba que esta percepción optimista de la situación de los emigrantes italianos estaba lejos de toda idealización. Además de las dificultades de integración y los traumas de la migración, en los diferentes momentos del viaje muchos inmigrantes enfrentaron problemas que no se debían tanto a las complicaciones burocráticas cuanto al impacto con la palabra escrita, porque en muchos de ellos la cultura se transmitía oralmente. La fragmentación lingüística de los dialectos regionales era la manifestación más evidente de la complejidad cultural de los inmigrantes italianos, que construyeron su identidad nacional no en su patria de origen sino a través de la experiencia migratoria, como una forma de reconocer identificaciones y diferencias.
En la Argentina, el proceso de nacionalización determinó que la inmigración fuera acogida en el territorio argentino en función a un proyecto político que implicaba que estos extranjeros se integraran a este país. Tal vez, por ello, más que hablar de una “italianización de la Argentina”, como propuso Maciel en 1924, se debería hablar de una argentinización de los italianos que implicó lo que Ricardo Rojas calificó como “restauración nacionalista” (1922), es decir una didáctica de la identidad argentina. Se trató, en parte, de un proceso de invención de tradiciones y de identidades, cuyos fantasmas –hundidos en una pampa ganada a los indios y con la voz idealizada de los gauchos– respondían al propósito de crear una nación y sus mitos. A estos fantasmas de la gauchesca se sumaron los de la mitología del arrabal y del malevo en una ciudad también mitologizada e idealizada. La consolidación del espíritu nacional, sostenido por la euforia exterior del primer Centenario de la Revolución de Mayo –no obstante todos los conflictos sociales que la acompañaron–, procuró contrarrestar el riesgo de la dispersión que ya se insinuaba en el país, desde una Buenos Aires transformada en una creciente Babel por las diferentes colectividades de inmigrantes. Se desarrolló, entonces, un proyecto político, asentado en bases didácticas, tendiente a lograr la homogeneización de las masas inmigrantes, suprimiendo en ellas las diferencias, para que pudieran ser absorbidas en la sociedad argentina. En 1928, la revista Nosotros realizó una encuesta para tratar de establecer la influencia italiana en la cultura argentina. En esta revista, Ricardo Rojas estableció que el fenómeno inmigratorio no había sido determinante en la conformación de la argentinidad, ya que ésta se basaba no en el factor étnico sino en el ético. Esta percepción de la argentinidad en los hijos de inmigrantes italianos ya había sido percibida incluso por representantes del gobierno de Mussolini en Argentina, como puede leerse en el informe diplomático de Giovanni Giurati del 1924 en el que informó que los descendientes de los italianos en Argentina no solamente eran nacionalistas argentinos sino inclusive anti-italianos. La situación se mantuvo igual en la década siguiente, como lo testimonió Massimo Bontempelli en su viaje a Buenos Aires junto a Luigi Pirandello en 1933. Este era el resultado de la política de nacionalización de los inmigrantes que incluyó una legislación que impulsó diferentes medidas dirigidas a la integración de los extranjeros y a la imposición de la identidad argentina según la imagen construida por los nacionalistas, como la Ley de Inmigración y Colonización de 1876 de Avellaneda, la Ley de Educación de 1884, la Ley Sáenz Peña de 1912, unida a mecanismos de control de los conflictos sindicales y a rebeliones anarquistas como la Ley de Residencia de 1902 y la Ley de Defensa Civil de 1910.
El mito del “crisol de razas” –que Florencio Sánchez propuso en La gringa (1904), reafirmó Roberto Payró en Marco Severi (1905) y se presentaba en los sainetes como presupuesto ideológico imprescindible en el proyecto nacional– configuró una imagen de equilibrio social en el que los conflictos sociales provocados por la inmigración parecían resolverse. Esta representación, no obstante, era opuesta a la posición xenófoba que acentuaba las tensiones y evidenciaba un fuerte rechazo a esa masa inmigratoria que no respondía a la imagen idealizada del inmigrante durante el proceso de organización del estado nacional en el siglo XIX. Sarmiento ya había señalado en diferentes artículos publicados entre 1855 y 1889, y luego reunidos por Ricardo Rojas en La condición del extranjero en América (1927), que habían sido las masas campesinas e ignorantes las que primero habían emigrado de Europa. Este rechazo se inscribió en varios textos literarios, especialmente narrativos, como ¿Inocentes o culpables? (1884) de Antonio Argerich, En la sangre (1887) de Eugenio Cambacères y El diario de Gabriel Quiroga (1910) de Manuel Gálvez. En este último, Gálvez, detrás de la máscara de Gabriel Quiroga, anota en su diario que los inmigrantes sólo llegan al país impulsados por su “mero propósito de lucro” y son incultos, hambrientos, desmoralizados, “campesinos, miserables glebarios en quienes la herencia de incultura y de barbarie y la rudeza del trabajo han suprimido toda capacidad estética”. La mirada del grotesco criollo acompañó la profundización del drama de la inmigración, especialmente a través de las obras de Armando Discépolo como Stéfano (estrenada en 1928), que representó dramáticamente el fracaso no solamente del inmigrante sino fundamentalmente del proyecto de una Argentina próspera, del mismo modo que en Babilonia (sainete estrenado en 1925) denunció la imposibilidad de una convivencia social.
Dentro de la numerosa producción literaria y testimonial en Argentina vinculada con la inmigración italiana, podemos mencionar, sin detenernos más por falta de espacio en esta ocasión, La muerte de Antonini (1956) de Gastón Gori, Los nombres de la tierra (1985) de Lermo Rafael Balbi, Gente conmigo (1961), Extraño oficio (1971), Taller de imaginería (1977), de Syria Poletti, Composición de lugar (1984), El fantasma imperfecto (1986) de Juan Carlos Martini, Camilo asciende (1987), Mudanzas (1999) de Hebe Uhart, Santo oficio de la memoria (1991) de Mempo Giardinelli, Mar de olvido (1992) de Rubén Tizziani, Oscuramente fuerte es la vida (1990), La tierra incomparable (1994) de Antonio Dal Masetto, Luz de las crueles provincias (1995) de Héctor Tizón, Stéfano (1997), Pavese / Kodak (2001), Lengua madre (2010) de María Teresa Andruetto, Diálogos en los patios rojos (1994), Si hubiéramos vivido aquí (1998) de Roberto Raschella, El mar que nos trajo (2001) de Griselda Gambaro, La Nona (1977) Gris de ausencia (1981) de Roberto Cossa, entre otros. A esta lista habría que agregar otros nombres, como los de Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sábato, Alberto Girri, Julio Cortázar, José Pedroni que vivencian lo italiano de diferentes formas, sin que necesariamente se centre exclusivamente la atención en el fenómeno de la inmigración. Hay, por otro lado, numerosa bibliografía que se ocupa de la historia de la inmigración italiana, considerando algunas temáticas particulares: por ejemplo, sólo por nombrar algunos, los relatos testimoniales como Las italianas. Historias de inmigrantes italianas afincadas en colonias agrícolas santafesinas y de sus descendientes (2006) de Norma Battú o las narraciones orales recogidas como Antiguos cuentos de Colonia Emilia y Zonas Vecinas (2009) de Norma Battú; la historia del anarquismo en Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia (1970) y Los anarquistas expropiadores y otros ensayos (1975) de Osvaldo Bayer; la historia de la mafia en Historias de la mafia en la Argentina (2010) de Osvaldo Aguirre; la presencia del fascismo en Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919 – 1945 (2010) de Federico Finchelstein; los estudios literarios de David Viñas, Adriana Crolla y Trinidad Blanco de García, entre otros tantos. Por otra parte, es interesante la producción dirigida a los lectores niños y jóvenes que combinan textos e ilustraciones como, por ejemplo, La gran inmigración (2006) de Ema Wolf y La inmigración en Argentina (2009) de Oche Califa que se propone como “comic cultural”.
En cuanto a la literatura italiana que inscribe la emigración a la Argentina, ésta comprende un corpus amplio, no encuadrado completamente en el canon de la literatura italiana. Entre los textos de mayor relieve podemos nombrar, además de las poesías de Dino Campana relativas a su viaje a Argentina, Il Dio ignoto (1876) de Paolo Mantegazza, Emigrati (1880) de Antonio Marazzi, Sull’oceano (1889), In America (1897) de Edmondo De Amicis, Senza patria (1899) de Pietro Gori, Esilio (1914) de Ada Negri, Le novelle d’oltreoceano (1916), Magda Silveyra (1917), I Roscaldi (1924 y 1930) de Nella Pasini, La memoria fastosa (1987) de Cesare Mazzonis, Un caffè molto dolce (1996) de Maria Luisa Magagnoli.
Sin embargo, no obstante la masiva presencia de los italianos en la sociedad argentina y las afinidades culturales, si se consideran las relaciones entre las literaturas de ambos países, algunas cuestiones parecen contradecir la creencia difundida de una penetración determinante de la literatura italiana en la argentina. Las relaciones literarias entre ambas literaturas nacionales fueron estudiadas, en parte, por Giuseppe Bellini en Storia delle relazioni letterarie tra l’Italia e l’America di lingua spagnola (1977) y especialmente por Alejandro Patat en Un destino sudamericano. La letteratura italiana in Argentina (1910-1970) (2005), quien analiza la recepción, la difusión y la crítica de la literatura italiana en Argentina, atendiendo la producción de las revistas Nosotros (1907 – 1934), Martín Fierro (1924 – 1927), Sur (1931 – 1981) y la labor crítica del italianista Gherardo Marone (1891 – 1962). A su vez, en Italia, son importantes los estudios de Vanni Blengino –autor de la novela Ommi! L’America (2007), relato de su experiencia en Argentina–, como Il vallo della Patagonia. I nuovi conquistatori: militari, scienziati, sacerdoti, scrittori (2003) y La Babele nella Pampa: gli emigrati italiani nell’immaginario argentino (2005). Otros estudios recientes que se pueden mencionar son Di proprio pugno. Autobiografie di emigranti italiani in Argentina e in Brasile (2003) de Camilla Cattarulla, Tra memoria e finzione. L’immagine dell’immigrazione transoceanica nella narrativa argentina contemporanea (2004) de Ilaria Magnani y La patria di riserva. L’emigrazione fascista in Argentina (2006) de Federica Bertagna.
Toda esta producción, sumada, por ejemplo, a las actividades, eventos y muestras vinculadas con la inmigración, entre las que se puede mencionar la reciente muestra oficial del Festival de la Luz “Migraciones”, evidencian la actualidad y la permanencia de la reflexión y del estudio de las relaciones culturales entre Argentina e Italia, no sólo a través de las literaturas, sino como una forma más de comprender la historia nacional y una presencia definitoria de la identidad colectiva en este país.

[1] Este artículo fue publicado en la Revista Claves, dirigida por Pedro González. Salta, agosto, Año XIX, N° 192, 2010, pp. 8-9.
[2] CONICET - INSOC - Universidad Nacional de Salta.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.