«Querido hijo:
Ayer
de tarde, paseando por Belgrano, me encontré de pronto ante una antigua estatua
de mármol de ojos blancos como la de los ángeles barrocos. Estaba colocada
sobre un pedestal en el centro del jardín de una antigua casa venida a menos.
Me detuve un momento a contemplarla, y esos ojos se me aparecieron como el
símbolo de la desmemoria que el paso de los años irremediablemente agudiza.
Tocado
por esa visión me dije que había una forma de rescatar mi pasado del olvido.
Regresé a casa y me puse a remover la estantería de mis libros, hasta que di
con un largo relato que escribí hace algunos años y que hoy te envío para que
me ayudes a interpretarlo. Por sobre las ambigüedades, las ficciones y las
realidades de una época de la que fui partícipe, y de un país de adopción que
tomé como propio, los recuerdos aparecen como algo inevitable.
Como
verás, estas historias repletas de metáforas sobre esos ángeles insomnes y
desmemoriados, que ahora adquieren la consistencia del ensueño, son mi legado.
Creo que las escribí para liberarme del pasado y recuperar la inocencia. Hoy
los recuerdos son algo semejante a una purificación, la interpretación de una
realidad personal y colectiva que me tocó vivir intensamente, y que me ayudará
a pasar con un poco menos de desgano estos últimos años de mi vida.
Tu
papá, que te quiere.»
José Luis Michelotti, Che Gringo. Córdoba: Fojas Cero
Ediciones, 2006.
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