«Genaro
canta en el segundo libro el poema del suburbio y con él muere una parte de la
vieja alma nacional. El ombú se vá; los cercos de moras y de sina-sina se van.
Sobre los charcos mefíticos y verdes, donde se pude la basura y se esfacelan
las osamentas abandonadas, se levantan casas pequeñas por todas partes y en el
cambio violento de las cosas, hasta el idioma se vá transformando. Ahora don
Manuel de Paloche empieza su peregrinación y escribe su libro. Entra en la
ciudad con sus ímpetus de iluminado, que vive treinta años adelante como un
profeta. Bien pronto el martirio lo espera. Habrá pagado él también tributo,
entregando la vida á su credo. Es la repetición de la vieja y triste historia
de los sacrificados por la civilización, que se ha entrado aquí á saltos
violentos, apurada por la Europa que todo lo ha modificado.
La
teja ha desaparecido; el techo de pizarra negrea sobre los palacios; la pintura
al óleo tapa los vetustos blanqueos de los frentes y la pared lisa está adornada
de columnas y artísticos frisos. Los grandes cristales de las ventanas
chisporrotean en la hilera larga de las casas de altos. Por todas partes hay un
ímpetu de vida ferviente y alegre. Se edifica con apuro y ya se ha perdido la
monástica seriedad de los antiguos edificios con sus grandes patios de baldosas
y ladrillos llenos de verdín. Han tronchado las higueras y los parrales de
gruesa cepa. El mosaico de color variado es el rey de los pisos y los sustituye.
No hay pozos. Algibes quedan pocos. La ciudad tiene sus túneles subterráneos,
un dédalo de cañerías que traen agua y gas á torrentes también. Por todas parte
cruzan alambres. Buenos Aires es una jaula. La electricidad lleva y trae la
palabra y el pensamiento humano; los trenvías, los carros y coches se atropellan
en sus calles, chocan y suenan. Un enorme fragor cruza de punta a punta y zumba
á lo léjos. Son las notas de la actividad, es el barullo de la colmena. A veces
es imposible pasar. Ruedas y lanzas de coches, capotas y gente han hecho una
trenza en una boca-calle, y mientras la muchedumbre se aglomera, los vehículos
están detenidos atrás en largas y oscuras filas. Se habla un extraño lenguaje,
una mezcla de palabras de todos los idiomas. Al fin se mueve la enorme caravana
en medio de un pueblo vigoroso, que parece llevar en su sangre los gérmenes
sanos de todas las razas. Hay mucho apuro. Cada uno vive por cuatro. La gente
muere joven, porque las metamorfosis son violentas.»
Francisco
A. Sicardi, Libro extraño. Don Manuel de
Paloche. Tomo III. Buenos Aires, Imp. “Europea” de M. A. Rosas, 1899.
Imagen: Estación Terminal Plaza Constitución del antiguo ferrocarril del Sud (Ferrocarril General Roca). Archivo General de la Nación.
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