Apagón.
Se enciende la trastienda del quiosco de don Francisco, un ambiente donde hay
una cama, una mesa y dos sillas, rodeadas por cajas de mercadería. Golpean, y
Francisco sale a abrir. Un momento después ingresa Chicho.
CHICHO.—¿Ya
cerró?
FRANCISCO.—Eh...
a esta hora... para vender dos paquetes de cigarrillos...
CHICHO.—Pero
las cosas van bien, ¿eh?
FRANCISCO.—Eh...
apenas para comer. Siéntese.
Francisco
se sienta frente a Chicho.
FRANCISCO.—Estuve
pensando lo que me dijo... La verdad es que estoy muy solo.
CHICHO.—En
mi familia va a encontrar un hogar, don Francisco.
FRANCISCO.—Además...
bueno, para qué lo voy a negar. Ella me gusta mucho. Se entiende, ¿no?
CHICHO.—Bueno,
más o menos. Pero en gustos, don Francisco...
FRANCISCO.—No
le voy a decir que yo le gusto, pero... (Lo mira.) Supongo que habrá que
ablandarla un poco.
CHICHO.—No,
ya está decidida.
FRANCISCO.—Sí,
pero la diferencia de edad...
CHICHO.—¡Vamos!
No se va a fijar en eso. Lo importante es el compañerismo.
FRANCISCO.—No
crea, que yo todavía... (Se golpea el pecho y ríe.)
CHICHO.—Sí,
pero ella...
FRANCISCO.—Ella
es un manjar. (Chicho hace un gesto.) ¡Vamos! Está bien que es parienta
suya, pero tiene que entenderlo. Usted es hombre, también. Pero no crea... la
diferencia de edad me preocupa. La verdad es que yo necesito una mujer de mi
edad.
CHICHO.—Bueno...
de edad... de la de ella... Añitos más, añitos menos, ¿eh? Además, la mujer
madura tiene más experiencia... Es un poco mujer y un poco madre. ¡Bué! Ya está
decidido. Habrá que fijar la fecha y... Eso sí, precisaríamos algún adelanto,
¿me entiende?
FRANCISCO.—Un
momento... Las cosas hay que hacerlas bien. Antes quiero hablar con la madre.
CHICHO.—Con
la hija, dice usted.
FRANCISCO.—Con
doña María.
CHICHO.—La
nieta.
FRANCISCO.—No
hagamos líos. Yo quiero hablar con doña María y don Carmelo. Lo que diga la
chica no me importa. Lo que importa es lo que dicen los padres. Así se usaba en
mi pueblo.
CHICHO.—Ah...
usted dice... Claro. Usted quiere pedir la mano de Martita.
FRANCISCO.—¿Y
de quien estuvimos hablando todo este tiempo? ¿De su abuela?
CHICHO.—No,
claro, claro... (Hace tiempo mientras piensa.) Sí, eso de la diferencia
de edad es grave. Yo no lo había pensado. Martita tiene veinte años... No le
gusta el trabajo... Bah, lógico. Quiere divertirse.
FRANCISCO.—Conmigo
va a marchar derecho.
CHICHO.—Usted
dice, pero después... Una chica así le va a hacer la vida imposible. No, don
Francisco... tiene razón. Lo que usted precisa es una mujer mayor, que lo ayude
en el quiosco, callada... Que lo escuche cuando usted habla...
FRANCISCO.—¿Anyula?
CHICHO.—Bueno...
Anyula es un poco chiquilina. Lo ideal sería más madura.
FRANCISCO.—¿Sabe
que Anyula me gustaba cuando éramos jóvenes?
CHICHO.—No,
pero ahora está insoportable.
FRANCISCO.—La
madre... Esa tuvo la culpa. Discúlpeme... es su abuela, pero ésa nos arruinó.
CHICHO.—Celos.
FRANCISCO.—¿Cómo?
CHICHO.—Fueron
celos. Ella estaba enamorada de usted.
FRANCISCO.—¿La
Nona?
CHICHO.—(Asiente,
ceremonioso.) Me lo dijo a mí.
FRANCISCO.—(Lanza
una carcajada.) ¡Mire usted! La vieja...
CHICHO.—Y
todavía lo está.
Francisco
lo mira.
CHICHO.—Es
el drama de nuestra familia. Francisco... Francisco... se la oye por las
noches.
FRANCISCO.—(Hace
los cuernos.) ¡Cruz diablo!
CHICHO.—Es
una historia de amor, don Francisco. (Le toma las manos y le habla
lastimeramente.) Cásese con ella.
FRANCISCO.—¿Con
la vieja? ¡Ma vos estás loco! Yo quiero a la chica.
CHICHO.—Escúcheme...
la Nona está muy enferma.
FRANCISCO.—Es
el veneno que tragó.
CHICHO
—Los médicos han dicho: «Un mes, cuanto mucho». Ha sufrido, don Francisco. Ha
hecho sufrir, pero ha sufrido, como el ave Fénix. ¡Démosle un poco de felicidad
en sus últimos días!
FRANCISCO.—¡Ma
vos estás loco! Es como ir un mes a la cárcel. ¿Por qué lo voy a hacer? ¿Qué
gano con eso?
CHICHO.—¿Qué
gana? (Hace tiempo mientras piensa) ¿Qué gana...? Está bien, se lo voy a
decir. Francisco lo mira expectante.
CHICHO.—La
herencia.
FRANCISCO.—(Se
le ilumina el rostro.) ¿Herencia?
CHICHO.—(Asiente
en silencio.) Media Catanzaro es de ella.
FRANCISCO.—¿De
la Nona?
Chicho
asiente.
FRANCISCO.—¿Media
Catanzaro?
CHICHO.—Bueno...
Catanzaro es chica, ¿vio? Pero es una fortuna.
FRANCISCO.—(Algo
desconfiado.) Nunca se dijo.
CHICHO.—Ella
lo ocultó siempre.
FRANCISCO.—¿Por
qué?
CHICHO.—Bueno...
como la plata no se podía traer...
FRANCISCO.—¿Y
por qué?
CHICHO.—Hay
una ley. Ella tenía que ir a cobrarla allá.
FRANCISCO.—¿Y
por qué no fue?
CHICHO.—¿Por
qué? (Pausa.) La guerra.
FRANCISCO.—¿Qué
guerra?
CHICHO.—¿Cómo
qué guerra? ¿Le parece que no hubo guerra?
FRANCISCO.—Hace treinta
años que se acabó la guerra.
CHICHO.—Bueno...
Pero nunca hay paz entre los hombres, don Francisco.
Francisco
hace un gesto para hablar.
CHICHO.—Pero
no se preocupe. En cuanto ella se muera...
FRANCISCO.—Cobran
la plata.
CHICHO.—Al
día siguiente. Está todo arreglado. La cosa se hace de ejército a ejército.
Garantía absoluta. Piénselo, don Francisco; es un mes, y después... lo que
usted quiera. A Martita la va a tener que echar de la pieza. Bué...
Chicho
hace un ademán de salir.
FRANCISCO.—Pare...
No se vaya. Ahora, digo yo... (Astuto.) Si yo me caso... ustedes pierden
la herencia. No le conviene.
CHICHO.—
(Algo desconcertado.) Eh, don Francisco... don Francisco... (Lo
palmea mientras piensa.) Usted quiere que le cuente todo hoy.
FRANCISCO.—Explíqueme.
CHICHO.—Bueno,
si la Nona se muriera... (Lloroso.) ¡Dios no lo permita, mi Nonita!
FRANCISCO.—¿Pero
no me dijo que tiene para un mes?
CHICHO.—Si
se muriera hoy, quiero decir. ¿A manos de quién iría a parar la herencia?
FRANCISCO.—De
ustedes.
CHICHO.—(Niega
con la cabeza.) De Anyula. Es la hija.
FRANCISCO.—Y
bueno...
CHICHO.—Y
Anyula... ¿Hace mucho que no la ve?
FRANCISCO.—Años...
Al quiosco no viene nunca.
CHICHO.—¡Eh,
Anyula...! Se patina la herencia en dos meses. Copas, farras... (Gesto de
fumar.) ¡Yerba! ¡Terrible!
FRANCISCO.—¿Anyula?
Pero antes…
CHICHO.—¡Antes!
Cuando fracasó lo de ustedes, quedó muy mal y...
Francisco
hace un gesto de consternación.
CHICHO.—Usted
ha hecho estragos en nuestra familia, don Francisco. En cambio, sabemos que
cuando usted cobre la herencia, bueno... No se va a olvidar de nosotros.
FRANCISCO.—(No
muy convencido.) Supongo que no.
CHICHO.—Bueno...
Entonces ya está decidido.
FRANCISCO.—Está
bien.
CHICHO.—Eso
sí, va a tener que ser cuanto antes.
FRANCISCO.—Cuando
ustedes digan.
CHICHO.—Entre
paréntesis... Va a hacer falta algo de plata. Hay unos gastos administrativos.
FRANCISCO.—Después
del casamiento.
CHICHO.—(Resignado.)
Bué... (Toma un cartón de cigarrillos que hay sobre un estante.) Huy...
justo los que fumo yo.
FRANCISCO.—(Le
saca el cartón.) Después de la herencia.
Chicho
inicia el mutis.
FRANCISCO.—¿Un
mes me dijo?
Chicho
lo mira sin entender.
FRANCISCO.—La
Nona...
CHICHO.—¡Ah,
sí! Y por ahí es cuestión de días.
FRANCISCO.—Entonces
conviene hacerlo rápido. Si está tan mal...
CHICHO.—(Lastimero.)
Si ya casi no come, don Francisco.
Apagón
rápido. Se ilumina la cocina. Carmelo llega desde el fondo al mismo tiempo que
la Nona ingresa desde su habitación.
NONA.—¿Si
manya ya?
Nadie
le contesta. Carmelo abre la heladera y saca una gran fuente cubierta por una
servilleta. La Nona roba un pan y es sorprendida por Carmelo, que se lo saca de
la mano y lo devuelve a la panera.
CARMELO.—¡Largue,
Nona! Ya va a comer el asado.
NONA.—Ma...
de acá a la hora de mayare. No está fato el fuoco ancora.
CARMELO.—El
fuego ya está. Dentro de un rato comemos.
Ingresa
María trayendo una mantilla y un par de zapatos.
CARMELO.—(A
María.) Anda preparándola.
Carmelo
sale hacia el fondo.
MARÍA.—Venga,
Nona. Tiene que ponerse linda.
La
Nona niega con la cabeza.
NONA.—Pochoclo.
MARÍA.—No
hay pochoclo. ¡Vamos!
La
Nona niega con la cabeza.
NONA.—Papa
frita.
MARÍA.—Tampoco.
Ahora vamos a comer.
NONA.—Dulce
de leche.
María
suspira con un gesto de cansancio. Abre la heladera y se fija.
MARÍA.—No
hay dulce de leche. (La mira.) ¿Mayonesa?
NONA.—Mayonesa.
María
saca un frasco de mayonesa y una cuchara, y se los entrega a la Nona. Luego la
sienta en una silla y le cambia la mantilla y los zapatos, mientras la Nona
devora el frasco de mayonesa.
MARÍA.—Tiene
que ponerse linda, Nona. Se va a cambiar de mantilla, ¿eh? Y se va a poner los
zapatos.
NONA.—¿E
mi cumpleaño oyi?
MARÍA.—No,
falta todavía. Pero estamos de fiesta.
NONA.—(Alegre.)
¡Festa, festa!
Aparece
Chicho vestido con lo mejor que tiene.
CHICHO.—(Alegremente.)
Ah, Nonita... qué pinta. Parece diez años más joven. (Se
da cuenta que no es mucho.) ¿Qué? Veinte... o treinta. No le das ni setenta
años.
NONA.—¡Festa,
festa, Chicho!
CHICHO.—Fiesta,
sí.
María
sale hade el interior llevando la mantilla y las zapatillas. Al mismo tiempo
aparece Carmelo.
CHICHO.—Che,
Carmelo, mirá la Nonita.
CARMELO.—(Lleva
a Chicho a un costado.) Francisco no fallará, ¿no?
CHICHO.—¡Cómo
va a fallar!
CARMELO.—Si
a las dos tenemos que estar en el civil, hay que comer temprano. (Pausa.
Mira a la Nona.) ¿No será mejor decirle algo?
CHICHO.—¿Te
parece?
CARMELO.—Y...
digo... A ver si mete la pata en el civil.
CHICHO.—Está
bien, yo me ocupo. Andá a atender el asado.
Carmelo
sale hacia el fondo.
NONA.—Carmelo...
la moyequita cortala bene finita.
CHICHO.—
(Acaricia a la Nona.) Nonita...
NONA.—Vamo
al fondo. Cherca del fuoco. Se encamina hacia el fondo.
CHICHO.—Ahora
van a traer la picadita.
La
Nona se detiene. Chicho la sienta y se ubica frente a ella.
CHICHO.—Nonita...
La de la mirada dulce. Esos ojos que han visto nacer árboles y morirse para
volver a nacer.
NONA.—¿Van
a traer la picadita?
CHICHO.—Ya
va... ya va... ¿Le dijeron quién va a venir hoy?
La
Nona niega con la cabeza.
CHICHO.—El
Francisco. ¿Se acuerda?
NONA.—Ese
mascalzone.
CHICHO.—Es
un buen muchacho, Nona. Y a usted la quiere mucho.
La
Nona lo mira.
CHICHO.—(Falsamente
pícaro.) Y me parece que a usted le gusta también.
NONA.—La
picadita, Chicho.
CHICHO.—Le
decía, Nona... usted tendría que pensar en el futuro... asegurarse un porvenir.
Algún día podemos faltarle y... (Mira a la Nona esperando una reacción.)
NONA.—(Algo
enojada.) ¿Y la picadita?
CHICHO.—¡La
puta que lo parió con la picadita! (Le da un pan mientras le acaricia la
cabeza para calmarla.) Vaya masticando.
Se
hace una pausa. La nona mastica y Chicho sigue acariciándola mientras piensa.
CHICHO.—Pero
este Francisco es un gran muchacho, ¿eh? (Mira a la Nona y espera.) Es
italiano. (Igual.) Y está muy bien. Tiene un quiosco cerca de la
estación. Si lo viera... Lleno de chocolates... caramelos...
Los
ojos de la Nona se iluminan.
NONA.—¿Chocolata?
CHICHO.—Uf.
Tiene una pieza llena. Del blanco, del esponjoso... rellenos de dulce de
leche... caramelos de naranja... pastillas de menta... maní con chocolate...
NONA.—¿Va
a venir el Franchesco?
CHICHO.—Debe
estar por llegar. Va a comer un asadito con nosotros... Después vamos a ir
todos a ver a un señor a una oficina y… (Cauteloso.) Esta noche se la
lleva al quiosco. Usted se va con él.
NONA.—¿Me
va a dare la chocolata?
CHICHO.—Lo que usted le
pida. (Le acaricia la cabeza.) ¿Eh, Nonita?
La
Nona dice que sí con un rápido movimiento de cabeza. Carmelo se asoma desde el
fondo y mira a Chicho.
CHICHO.—Todo
arreglado... Todo arreglado.
Suena
el timbre de calle. María va a atender.
CHICHO.—El
«sorello», llegó el «sorello».
CARMELO.—¡Qué
decís, animal! El fidanzato.
CHICHO.—El
fidanzato... el fidanzato...
Ingresa
Francisco, vestido de traje azul marino y con un ramo de flores en una mano y
una caja de bombones en la otra. Del interior aparece Marta.
CARMELO.—Adelante,
don Francisco.
FRANCISCO.—¿Cómo
le va, Carmelo? (Lo saluda.) Hola, Chicho. (Mira a ambos lados.) ¿Y
Martita? (En ese momento la ve aparecer.) Martita...
MARTA.—¿Cómo
está, don Francisco? (Le da la mano.)
FRANCISCO.—Supongo
que ahora que voy a ser tu... (Mira a los demás.)
CARMELO.—Bisabuelo.
FRANCISCO.—Bueno...
bisabuelo. Te puedo dar un besito, ¿no?
La
besa algo cargosamente. Chicho lo toma del brazo y lo separa de Marta.
CHICHO.—Bueno,
don Francisco. Ahora tiene que saludar a la... novia.
FRANCISCO.—Sí...
sí, por supuesto.
Francisco,
rodeado por lo demás, se va acercando a la Nona, que permaneció ajena a la
escena y sigue masticando. Francisco se planta frente a ella y le hace una
reverencia.
CARMELO.—¿Vio
quién vino, Nona?
NONA.—El
Franchesco.
Francisco
le tiende el ramo de rosas.
NONA.—(Enojada.)
¿Cosa e? ¿Y la chocalata?
Chicho,
rápidamente, toma el ramo de rosas de la mano de Francisco, le saca la caja de
bombones y la coloca sobre el regazo de la Nona.
CHICHO.—Aquí
tiene, Nona. (A Francisco.) Las rosas le traen malos recuerdos.
Siéntese, don Francisco.
Lo
sienta al lado de la Nona, quien ya ha abierto la caja de bombones y se pone a
comer.
CARMELO.—Permiso,
don Francisco. Voy a atender el asado. Traé pan para los chorizos, María. Vos,
Chicho, servile un poco de vino a don Francisco.
Carmelo
y María salen hacia el fondo.
FRANCISCO.—(Señala
una silla junto a él.) Vení acá, Martita. A mi lado.
MARTA.—Tengo
que terminar de arreglarme.
Marta
sale hacia el interior. Chicho le tiende un vaso de vino a Francisco. Se queda
un instante mirando a Francisco y a la Nona.
CHICHO.—Y
Bué... Díganse sus cosas.
Chicho
da unos pasos hacia el interior. Francisco se levanta y se le acerca.
FRANCISCO.—No
sé qué decirle.
CHICHO.—Háblele de sus
cosas. Del quiosco, por ejemplo. De las cosas que tienen en el quiosco. Eso le
va a interesar mucho. (Lo palmea.) Háblele de su mundo, don Francisco.
FRANCISCO.—Y
de Catanzaro, ¿no podemos hablar?
CHICHO.—¡Ni
se lo nombre! Va a pensar que se casa por interés, ¿me entiende? Ella no sabe
que usted sabe. Una vez que se casen... (Ahora levanta la voz.) Bué...
Ustedes tienen mucho que hablar.
Chicho
sale hacia el fondo. Francisco se queda un instante mirando a la Nona, que
mastica, con la mirada fija en el suelo. Toma el vaso de vino y finalmente se
sienta junto a ella. Se hace una larga pausa, durante la cual Francisco piensa
cómo iniciar la conversación.
FRANCISCO.—¿Están
ricos los bombones?
La
Nona asiente con la cabeza.
FRANCISCO.—Son
de mi negocio.
NONA.—¿Traquiste
má?
FRANCISCO.—No...
Pero mi negocio está lleno.
NONA.—¿Me
va a llevar cuesta sera?
FRANCISCO.—Sí...
sí... claro.
Tímidamente,
le pasa el brazo a la nona por el hombro.
NONA.—¿E
qué me vas a dar?
FRANCISCO.—(Más
confundido.) Lo que usted me pida.
NONA.—¡Chocolata!
FRANCISCO.—Ah,
sí... sí...
Se
hace una larga pausa, durante la cual Francisco queda con el brazo sobre el
hombro de la Nona, y ésta sigue masticando. Finalmente, Francisco mira hacia
ambos lados para comprobar si están solos.
FRANCISCO.—(Repentinamente.)
Catanzaro.
La
Nona gira la cabeza y lo mira, sin dejar de masticar. Francisco la mira a ella
esperando la reacción.
FRANCISCO.—¿Se
acuerda de Catanzaro?
La
Nona dice que sí con la cabeza.
FRANCISCO.—(En
voz baja.) ¿Y qué tiene en Catanzaro?
La
Nona lo mira y mastica.
FRANCISCO.—¿De
qué se acuerda?
NONA.—Catanzaro...
Bon vin.
FRANCISCO.—Vino.
¿Tiene viñedos?
NONA.—La
pasta.
FRANCISCO.—Fábrica
de pasta.
NONA.—Cuesta
cosa... (Hace un gesto de algo pequeño.)
FRANCISCO.—Oro...
¡Pepitas de oro!
NONA.—(Niega
con la cabeza.) Marisco.
FRANCISCO.—Fábrica
de pescado... Agarran pescado... Tienen barcos...
NONA.—Se
agarra e se manya. (Ríe.)
FRANCISCO.—(Aprieta
con alegría a la Nona.) Nonita.
En ese
momento ingresa Chicho trayendo una fuente con sándwiches de chorizo.
CHICHO.—¡Bueno, bueno!
Perdón si interrumpo, pero los chorizos ya están.
La
Nona se mete rápidamente en el bolsillo los bombones que aún quedan en la caja.
Toma un sándwich y se pone a comer. Carmelo y María ingresan detrás. Francisco
abraza a Chicho y lo besa.
FRANCISCO.—Chicho
querido...
Chicho
lo mira sin entender y le sirve vino a Francisco. Anyula llega con un vaso de
vino en la mano y se cruza con Francisco. Este le saca el vaso de la mano.
FRANCISCO.—No
tome más, Anyula. Con eso no va a arreglar nada.
ANYULA.—
(Recupera el vaso.) Es de Carmelo.
Chicho
le extiende un vaso a Francisco.
CHICHO.—Meta,
don Francisco.
Este
lo toma y se lo cede a Marta, que acaba de entrar.
FRANCISCO.—Tomá,
Martita.
MARTA.—Gracias,
don Francisco.
FRANCISCO.—No
me digas don.
MARTA.—Y...
usted ahora es mi bisabuelo.
FRANCISCO.—(Por
lo bajo.) Ahora sí, pero después de Catanzaro vas a ver.
Desde
la calle llega el sonido de varios bocinazos. Marta se encamina hacia la
salida.
MARTA.—Bueno...
chau.
FRANCISCO.—(Desilusionado.)
¿Te vas?
MARTA.—Me
tengo que ir, don Francisco.
FRANCISCO.—¡Qué
lástima!
MARTA.—Ya
va a haber otra oportunidad. (Sale.)
FRANCISCO.—(A
Chicho.) Se fue.
CHICHO.—Sí,
¿pero qué le dijo?
Francisco
lo mira.
CHICHO.—Está
esperando la oportunidad.
FRANCISCO.—(Ríe
y besa a Chicho.) ¡Chicho querido! La fábrica de pasta es para vos.
CHICHO.—(Desconcertado.)
¿No será mejor que pare de chupar, don Francisco? Mire que a las dos
tenemos que estar en el civil.
Francisco
observa a la Nona, que toma otro sándwiche, y deja de reír.
FRANCISCO.—Escuche...
La salud de la Nona...
CHICHO.¿Qué
tiene?
FRANCISCO.—Usted
me dijo que está muy mal.
CHICHO.—Anoche
casi se nos queda. Tuvimos que hacerle respiración boca a boca.
FRANCISCO.—(Mira
a la Nona, que come vorazmente.) Ma... come bien.
CHICHO.—La
mejoría de la muerte.
FRANCISCO.—A
ver si se nos queda ahora.
CHICHO.—No...
hasta esta noche aguanta seguro, pero ya... (Hace un gesto fatídico.)
NONA.—¡Chimichurri!
CHICHO.—(Para
distraer la atención de Francisco toma la bandeja.) Meta otro sánguche, don
Francisco.
Carmelo,
María y Anyula han llegado desde el fondo trayendo diversas cosas y rodean la
mesa.
CHICHO.—Un
brindis. ¿A ver?
Todos
levantan los vasos, menos la Nona, que sigue comiendo ajena a todo, y Anyula,
que se aparta con un gesto de tristeza.
CHICHO.—¡Por
los novios!
Todos
dicen «por los novios». Anyula se toma la cara y sale llorando hacia el
interior. Francisco la mira irse.
CHICHO.—(A
Francisco.) Déjela... Ahora se mete en la pieza y empieza a chupar... ¡Un
desastre!
FRANCISCO.—¡Qué
barbaridad!
CHICHO.—Bueno,
bueno... (Levanta la copa.) ¡Otro brindis!
MARÍA.—A
ver el novio...
FRANCISCO.—(Levanta
su copa.) ¡Por Catanzaro!
Nadie,
salvo Chicho, entiende mucho, pero todos levantan el vaso.
FRANCISCO.—(Estira
el vaso hacia la Nona.) Nona... Por Catanzaro.
La
Nona lo mira y sigue masticando. Francisco la invita a brindar.
CARMELO.—Brinde,
Nona.
La
Nona mira ahora a Carmelo y mastica.
CARMELO.—Brinde,
don Francisco.
Francisco
queda con el vaso extendido. Se hace una pausa. Francisco mira a Chicho
reclamando una explicación.
CHICHO.—Y...
es un día muy especial para ella.
MARÍA.—(Toma
el vaso de la Nona y se lo entrega.) ¡Vamos, Nona!
La
Nona toma el vaso y lo levanta. Todos aplauden y dicen «muy bien», etc. Cuando
las voces se callan, se escucha a la Nona.
NONA.—¡Feliche
año nuovo!
Apagón
rápido.
Cossa, Roberto, La Nona. Buenos Aires, Corregidor, 2008.
Imagen: la nona, interpretada por Pepe Soriano en el film dirigido por Héctor Olivera (1979).
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