lunes, 14 de octubre de 2013

El escarabajo, de Manuel Mujica Lainez (1982)



«Qué lo habrá inducido a Giovanni a adquirirme, el día que precedió a la partida? No le sobraba el dinero: por el contrario, le hacía mucha falta. Tengo presente el garbo estudiado, medido, de su silueta, en el instante en que frente a mí se paró en el portal de San Zeno, a donde había ido a agradecer su providencial designación. El sol hacía espejear las mallas de su cota y las empuñaduras de sus puñales; brillaba la ondulación de sus ralos cabellos grises; servíanle de fondo unas cúpulas, los arcos de un puente y las torres macizas del castillo de los Escalígeros. Se inclinó a tocarme, al tiempo que palpaba la medalla de San Juan Bautista que pendía de su muñeca y, en medio del borbotón de elogios que el pillastre vendedor me prodigaba, me compró sin regatear. ¿Habrá pensado que el Escarabajo, ofrecido en la hora oportuna, robustecería su suerte? ¿Me atribuía poderes secretos? Dio por mí las dos monedas de plata que le quedaban. Pero ni la buena ni la mala suerte dependen de mí. Cada humano es el artífice de su propio destino, y mis poseedores, según les fuese en la terrena peregrinación, le asignaron a mi presencia influjos benignos o aciagos. Nada hice, nada pude hacer, en un sentido o en el opuesto. Traté de transmitir a quien me llevaba, si lo amé, una forma de aliento y de calor, el contacto de una compañía sincera. Eso es todo. En cuanto a Giovanni di Férula, le había ido mal y le iba mal; a su desventura la fui averiguando a medida que la intimidad creció entre nosotros y que me enteré de su historia.»


Manuel Mujica Lainez, El escarabajo. Barcelona: Plaza y Janés, 1982.

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