«No
cabe duda de que los mandan a la guerra.
Al
llegar la orden de deshacer los campamentos e iniciar la marcha sin conocer el
destino, los conscriptos se estremecen. Están al término del año obligatorio de
servicio militar, esperando ser dados de baja y retornar a sus hogares, cuando
la guerra estalla en sus vidas.
Los
discursos sobre el honor de un soldado, “la vida por la patria”, y el “valor
encomiable de vencer a un enemigo”, se vuelven palabras vacías en las mentes de
esos reclutas.
Así
pues, ese amanecer comienzan a levantar las carpas, plegándolas en sus
respectivas bolsas; a forzar a presión sus petates dentro de las mochilas; a
llenar los recipientes de agua para el camino y acondicionar los pertrechos de
guerra que se desplazan a tracción.
A
Luigi le toca cargar –además de lo reglamentario– un bidón de quince litros.
Todo, significa demasiado peso para su débil contextura.
Como
primer itinerario cierto tienen que subir a la cima del cerro Castelmonte, a
cuyos pies acampan, para recalar al otro lado.
–Luigi,
¿qué te parece el trajín que nos espera?
–No
me importa el trajín; me preocupa la suerte que nos espera.»
Martina
Gusberti, El laúd y la guerra. Buenos
Aires: Editorial Vinciguerra, 1995.
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