«El paraíso perdido.
Yo los llamaba tíos,
aunque sabía que no lo eran. Había una antigua relación con mi padre, que había
devenido con el tiempo en amistad, ya que como siempre contaba, había conocido
al matrimonio Clérici en los años cuarenta cuando fue su mensual.
En aquel tiempo, la casa
estaba cerca de la chacra de Juan D’Allosta, pegadito como quien dice, al
pueblo. Luego dela inundación grande del 43 se mudaron allí donde yo la conocí,
más cerca de la estancia de don Victorio Vollenweider, dueño todavía de algunos
campo entre los que estaba la chacra de la cual me estoy ocupando. Don Domingo
Clérici era entonces arrendatario de esas pocas hectáreas y a la muerte del
hijo del suizo fundador, las compró. De don Victorio recuerdo su sombrero
aludo, negrísimo, sus altas botas bien lustradas y su caballo bayo con el que
recorría sus campos. Nada más. Ignoro si andaba agauchado, es decir usando bombachas, pero me gustaría pensar que
sí.»
Jorge Isaías. Las más rojas sandías del verano.
Rosario: Ciudad Gótica, 2006.
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