«Hace muchos años, cierto muchacho genovés de trece años, hijo de un obrero, fue de Génova á América solo para buscar á su madre.
Pero
transcurrido un año desde la marcha, después de una carta breve en la que decía
no estaba bien de salud, no se recibieron más. Escribieron dos veces al primo y
éste no contestó. Escribieron á la familia del país donde estaba sirviendo la
mujer, pero sospecharon que no llegaría la carta, porque habían equivocado el
nombre en el sobre, y, en efecto, no tuvieron contestación. Temiendo una
desgracia, escribieron al Consulado italiano de Buenos Aires para que hiciese
investigaciones; y después de tres meses, les contestó el cónsul que, á pesar
del anuncio publicado en los periódicos, nadie se había presentado, ni para dar
noticias. Y no podía suceder de otro modo, entre otras razones, por ésta: que
con la idea de salvar el decoro de su familia, que creía mancharle haciéndose
criada, la buena mujer no había dicho á la familia argentina su verdadero
nombre. Pasaron otros meses sin que tampoco hubiera ninguna noticia. Padre é
hijos estaban consternados; al más pequeño le oprimía una tristeza que no podía
vencer. ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? La primera ideal del padre fue marcharse
á buscar á su mujer á América. Pero ¿y el trabajo? ¿Quién sostendría á sus
hijos? Tampoco podía marchar el hijo mayor, porque comenzaba entonces á ganar
algo y era necesario para la familia. En este afán vivían, repitiendo todos los
días las mismas conversaciones dolorosas ó mirándose unos á otros en silencio.
Una noche, Marcos, el más pequeño, dijo resueltamente: “Voy á América á buscar
á mi madre.” El padre movió la cabeza tristemente, y no respondió. Era un buen
pensamiento, pero impracticable. ¡A los trece años, solo, hacer un viaje á
América, necesitándose un mes para llegar! Pero el muchacho insistió pacientemente.
Insistió aquel día, el siguiente, todos los días, con gran parsimonia, y
razonando como un hombre. “Otros han ido –decía– más pequeños que yo. Una vez
que esté en el barco llegare allí, como los demás. Llegado allí, no tengo que
hacer más que buscar la casa del tío. Como hay allá tantos italianos, alguno me
enseñará la calle. Encontrando al tío, encuentro á mi madre, y si no la
encuentro, buscaré al cónsul y á la familia argentina. Haya ocurrido lo que
quiera, hay allí trabajo para todos; yo también encontraré ocupación, al menos
lo bastante para ganar con qué volver á casa.” Y así, poco á poco, casi llegó á
convencer á su padre. Éste lo apreciaba, sabía que tenía juicio y ánimos, que
estaba acostumbrado á las privaciones y los sacrificios, y que todas estas
buenas cualidades daban doble fuerza á su decisión en aquel santo objeto de
buscar á su madre, que adoraba. Sucedió también que cierto comandante de buque
mercante, amigo de un conocido suyo, habiendo oído hablar del asunto, se empeñó
en ofrecerle, gratis, billete de tercera clase para la República Argentina.
Entonces, después de nuevas cavilaciones, el padre consintió y se decidió el
viaje. Llenaron un baulillo de ropa, le pusieron algunas pesetas en el bolsillo,
le dieron las señas del tío, y una hermosa tarde del mes de abril lo
embarcaron. “Marco, hijo mío –le dijo el padre, dándole el último beso con las
lágrimas en los ojos, sobre la escalerilla del buque que estaba para salir–:
¡ten ánimo, vas con un fin santo, Dios te ayudará!”»
De
Amicis, Edmundo, “De los Apeninos á los Andes. (Cuento mensual)” en Corazón. (Diario de un niño). Traducido
al español de la 44ª edición italiana por H. Giner de los Ríos. Versión
revisada por el autor, y exclusivamente autorizada para España y América.
Buenos Aires: Cabaut y Cía, Editores, Librería del Colegio, 1923.
Imágenes
de la edición citada.
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