sábado, 21 de mayo de 2016

"De los Apeninos á los Andes. (Cuento mensual)" en Corazón. (Diario de un niño), de Edmundo De Amicis (1886). Traducción de H. Giner de los Ríos



«Hace muchos años, cierto muchacho genovés de trece años, hijo de un obrero, fue de Génova á América solo para buscar á su madre.
Su madre había ido dos años antes á Buenos Aires, capital de la República Argentina, para ponerse al servicio de alguna casa rica y ganar así, en poco tiempo, algo con que levantar á la familia, la cual, por efecto de varias desgracias, había caído en la pobreza y tenía muchas deudas. No son pocas las mujeres animosas que hacen tan largo viaje con aquel objeto, gracias á los buenos salarios que allí encuentra la gente que se dedica á servir, y las cuales vuelven á su patria, al cabo de algunos años, con algunos miles de pesetas. La pobre madre había llorado lágrimas de sangre al separarse de sus hijos, uno de diez y ocho años y otro de once; pero marchó muy animada y con el corazón lleno de esperanzas. El viaje fue feliz; apenas llegó á Buenos Aires, encontró en seguida, por medio de un comerciante genovés, primo de su marido, establecido allí desde hacía mucho tiempo, una excelente familia del país, que le daba buen salario y la trataba bien. Por algún tiempo mantuvo con los suyos una correspondencia regular. Como habían convenido entre sí, el marido dirigía las cartas al primo, que se las entregaba á la mujer, y ésta le daba las contestaciones para que las mandase á Génova, escribiendo él por su parte algunos renglones. Ganando ochenta pesetas al mes y no gastando nada en ella, mandaba á su casa cada tres meses una buena suma, con la cual el marido, que era muy hombre de bien, oba pagando poco á poco las deudas más urgentes y adquiriendo así buena reputación. Entretanto trabajaba y estaba contento de lo que hacía y lisonjeado con la esperanza de que la mujer volvería dentro de poco, porque la casa parecía que estaba sin sombra con su falta, y el hijo menor principalmente, que quería mucho á su madre, se entristecía y no podía resignarse á su ausencia.

Pero transcurrido un año desde la marcha, después de una carta breve en la que decía no estaba bien de salud, no se recibieron más. Escribieron dos veces al primo y éste no contestó. Escribieron á la familia del país donde estaba sirviendo la mujer, pero sospecharon que no llegaría la carta, porque habían equivocado el nombre en el sobre, y, en efecto, no tuvieron contestación. Temiendo una desgracia, escribieron al Consulado italiano de Buenos Aires para que hiciese investigaciones; y después de tres meses, les contestó el cónsul que, á pesar del anuncio publicado en los periódicos, nadie se había presentado, ni para dar noticias. Y no podía suceder de otro modo, entre otras razones, por ésta: que con la idea de salvar el decoro de su familia, que creía mancharle haciéndose criada, la buena mujer no había dicho á la familia argentina su verdadero nombre. Pasaron otros meses sin que tampoco hubiera ninguna noticia. Padre é hijos estaban consternados; al más pequeño le oprimía una tristeza que no podía vencer. ¿Qué hacer? ¿A quién recurrir? La primera ideal del padre fue marcharse á buscar á su mujer á América. Pero ¿y el trabajo? ¿Quién sostendría á sus hijos? Tampoco podía marchar el hijo mayor, porque comenzaba entonces á ganar algo y era necesario para la familia. En este afán vivían, repitiendo todos los días las mismas conversaciones dolorosas ó mirándose unos á otros en silencio. Una noche, Marcos, el más pequeño, dijo resueltamente: “Voy á América á buscar á mi madre.” El padre movió la cabeza tristemente, y no respondió. Era un buen pensamiento, pero impracticable. ¡A los trece años, solo, hacer un viaje á América, necesitándose un mes para llegar! Pero el muchacho insistió pacientemente. Insistió aquel día, el siguiente, todos los días, con gran parsimonia, y razonando como un hombre. “Otros han ido –decía– más pequeños que yo. Una vez que esté en el barco llegare allí, como los demás. Llegado allí, no tengo que hacer más que buscar la casa del tío. Como hay allá tantos italianos, alguno me enseñará la calle. Encontrando al tío, encuentro á mi madre, y si no la encuentro, buscaré al cónsul y á la familia argentina. Haya ocurrido lo que quiera, hay allí trabajo para todos; yo también encontraré ocupación, al menos lo bastante para ganar con qué volver á casa.” Y así, poco á poco, casi llegó á convencer á su padre. Éste lo apreciaba, sabía que tenía juicio y ánimos, que estaba acostumbrado á las privaciones y los sacrificios, y que todas estas buenas cualidades daban doble fuerza á su decisión en aquel santo objeto de buscar á su madre, que adoraba. Sucedió también que cierto comandante de buque mercante, amigo de un conocido suyo, habiendo oído hablar del asunto, se empeñó en ofrecerle, gratis, billete de tercera clase para la República Argentina. Entonces, después de nuevas cavilaciones, el padre consintió y se decidió el viaje. Llenaron un baulillo de ropa, le pusieron algunas pesetas en el bolsillo, le dieron las señas del tío, y una hermosa tarde del mes de abril lo embarcaron. “Marco, hijo mío –le dijo el padre, dándole el último beso con las lágrimas en los ojos, sobre la escalerilla del buque que estaba para salir–: ¡ten ánimo, vas con un fin santo, Dios te ayudará!”»


De Amicis, Edmundo, “De los Apeninos á los Andes. (Cuento mensual)” en Corazón. (Diario de un niño). Traducido al español de la 44ª edición italiana por H. Giner de los Ríos. Versión revisada por el autor, y exclusivamente autorizada para España y América. Buenos Aires: Cabaut y Cía, Editores, Librería del Colegio, 1923.


Imágenes de la edición citada.

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