«Ese
continuo y desgastante galanteo con la muerte, con la memoria viva que es la
memoria de los muertos, con el juego macabro que es la inaguantable
rememoración, con el intolerante desatino que es pensar y pensar, con el huir
de lo que es doloroso para caer, siempre y cada vez más, en el fangoso terreno
de las culpas, los recuerdos, los destinos impuestos por la familia, la
distancia de la Patria (no hay más patria que la memoria, imbécil), todo eso me
dolía, laceraba mi regreso y lo manchaba con máculas sutiles que eran formas
vagas, rostros, voces, sitios, instantes, fotografías, extravíos […] la soledad
y el olvido de esa fórmula algebraica que lo había decidido a volver la noche
mexicana en que no pudo resolver el teorema, en que se dio cuenta que el gran
movimiento de suelos que debía calcular era el que lo distanciaba de la propia
memoria, ese territorio inmensurable en kilómetros, inapreciable
aritméticamente, sólo vislumbrable —y sufrible— en sueños absurdos poblados de
parientes retorcidos, situaciones abstrusas y explicaciones crípticas,
incomprensibles….»
Giardinelli Mempo, Santo oficio de la memoria, Grupo Editorial Norma, Cali, 1991.
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