«Y recuerdo. Me vienen
las oleadas del pasado: un aroma de naranjas dulzonas como las que
transportábamos en la balandra, y entonces lo veo a Padrazo manejando el timón.
O me viene a la boca el rumor de las canciones infantiles que tarareaban mis
hermanas mientras jugueteaban. Y me pregunto: ¿dónde están esas imágenes, esos
ecos, esos olores? ¿Quién se los ha tragado? ¿El viento, los años?
Quisiera preservar algo
de ese mundo, una brizna al menos. Presurosamente, antes de que se disipe la
lumbre del crepúsculo, recorro las fotografías y hojeo mi diario, el que tanto
me ha acompañado. Releo mi última historia, lo único que escribí en estos
largos años. Tratando de trazar una huella final. Un retal de nuestras vidas.
El breve relato dice así:
Érase una vez una familia de gringos que vino a estas comarcas con
copiosas ilusiones y avidez de aventuras. […] Y la hija
mayor no se atrevió a la aventura sino que, medrosamente, se recluyó en la
orilla, aislada del mundo, y se empeñó en desliar paso a paso sus ensueños y
tenaces recuerdos.»
Scotti
María Angélica, Diario de
ilusiones y naufragios, Emecé, Buenos Aires, 1996.
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