«La
peor de las ingratitudes o del desamor es avergonzarse de sus propios padres.
Pero ya no puedo remediarlo. En muchos momentos, hasta la mera existencia del
viejo baúl con el que llegaron me avergonzaba, así como la historia esa, que
nunca quise que se mencionara, la del libro que mi padre vendió al llegar y que
sirvió para hacer el largo viaje hasta aquí. Pensaba que todo eso iría a
borrarse, a desaparecer con el tiempo, pero el tiempo no borra nada, añade y
uno, cuando envejece, comienza a ver, con la inquietante y temible claridad de
la infancia, lo que creíamos olvidado o sepultado para siempre.»
Tizón Héctor, Luz de las
crueles provincias, Alfaguara, Buenos Aires, 1995.
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