jueves, 6 de septiembre de 2012

La Bolsa, de Julián Martel (1891)


«…vio que se acercaba pausadamente el célebre Carcaneli, llamado el rey de la Bolsa, el fénix de la especulación, el genio sin segundo que avasallaba la plaza con un gesto, con una operación, con un capricho, y que estaba destinado á morir loco y pobre en un apartado rincón de Italia, acometido por el delirio de las grandezas y el de las persecuciones, que le producía accesos furiosos durante los cuales se imaginaba ser el eje á cuyo alrededor giraban los millones de todos los mercados del mundo, y después la víctima perseguida por acreedores tan feroces y despiadados como Shylock. Aun hoy se ve, en el centro de la Avenida República, el palacio extravagante que edificó en el apogeo de su fama y de su fortuna, y que demostraba, por la rara disposición de su jardín estrambótico, muy cambiado ahora, el desorden mental que empezaba á trastornarlo, acosado por la ambición frenética de llegar á ser el árbitro de las finanzas argentinas, y trabajado por una vida de desórdenes y placeres que debilitaban su cerebro devorado por una fiebre que lentamente lo consumía. Era grande en todo. Generoso, bueno, espléndido, amado de la juventud, á quien estimulada y protegía.
- ¡Pobre Carcaneli! ¿Quién no lo recuerda? Venido á América en el vientre de un vapor repleto de inmigrantes, había desembarcado en Buenos Aires con sus zapatos herrados, su mezquino equipaje de inmigrante engañado por las promesas de los agentes oficiales y trapisondistas, y su pintoresco traje de pana rayada. Lo acompañaba un primo suyo, Fracucheli, y juntos se pusieron á trabajar en calidad de peones de una empresa ferrocarrilera, consiguiendo, en tres años de cruentas privaciones, reunir entre los dos un corto capital que Carcaneli centuplicó rápidamente, gracias á su talento audaz y á su prodigiosa actividad, llegando á dominar la Bolsa con sus golpes atrevidos de especulador improvisado, y conquistándose una posición social muy en relación con sus méritos. Fracucheli se levantó con él y estaba á punto de fundar un Banco por acciones, con un capital formidable.
[…] Carcaneli se reía, acariciándose las chuletas norteamericanas, negras, cuidadosamente afeitadas al nivel de la boca. Grueso y fornido, de regular estatura, ojos muy vivos, azules, sanguíneo, fuerte […]
[…] era el héroe de todas las conversaciones, personaje casi legendario en los anales de la Bolsa, estigmatizado por los unos, defendido por los otros, terror y asombro de los más. Había surgido de repente manejando capitales fabulosos, tirando el oro á todos los vientos, fundando casas de caridad, protegiendo las artes, aplastando á los más opulentos con sus soberbias fastuosidades. Había sufrido, había luchado en silencio, enriqueciéndose poco á poco, soportando con paciencia los vejámenes hechos á su miseria por la sociedad. Y ahora, rico ya, se erguía él solo contra la sociedad en masa, la desafiaba, se gozaba en producir inmensos kracks, arruinaba á amigos y enemigos, y sobre el tendal de víctimas inmoladas por su mano vengadora, se levantaba él con su hermosa figura altanera, risueño, sereno, triunfante, invulnerable…»



Martel, Julián, 1909 [1891]: La bolsa, Buenos Aires, Biblioteca de La Nación.

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