«La vida cómoda, el salario
elevado, la facilidad de instalarse en casa propia, adquiriendo consiguiente la
nacionalidad, tornarán apetecible la emigración a nuestro suelo. La inmigración
no es un fenómeno excéntrico, sino una función del mercado interno que la
determina con su demanda remuneradora y la radica con sus ventajas permanentes.
Como el hombre es la principal riqueza, el aumento de la población acarrea el
del trabajo, el de la producción y el del consumo; explicándose con ello el
bienestar creciente a medida que se puebla el país. Los servicios públicos y
privados aumentan en proporción, sin que ocurra lo mismo con sus gastos; lo
cual significa que ganan más y pueden compensar mejor el trabajo que necesitan.
El mayor consumo, según díjelo ya, rebaja el precio de las mercancías; y la
creciente densidad de la agrupación humana, permite asegurar con más facilidad
a todos la vida cómoda y barata. Obsérvese, por ejemplo, los tranvías y ómnibus
de las grandes ciudades. Cuando la acción atractiva del país sobre el hombre, y
la acción productiva de éste sobre el país son recíprocas, la organización
económica y social responde a su objeto que es el bienestar común. Detenida la
inmigración, o compensada por el regreso, hace ya unos años, quiere decir que
desde entonces nuestras cosas no andan bien. El país se puebla y de
consiguiente progresa con demasiada lentitud. En la misma Buenos Aires esto no
es así, respecto a las otras grandes ciudades del mundo.»
Leopoldo Lugones, Prosas. Edición y estudio de Marcos
Mayer. Buenos Aires: Losada, 1992.
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