«…vio que se acercaba pausadamente el célebre
Carcaneli, llamado el rey de la Bolsa, el fénix de la especulación, el genio
sin segundo que avasallaba la plaza con un gesto, con una operación, con un
capricho, y que estaba destinado á morir loco y pobre en un apartado rincón de
Italia, acometido por el delirio de las grandezas y el de las persecuciones,
que le producía accesos furiosos durante los cuales se imaginaba ser el eje á
cuyo alrededor giraban los millones de todos los mercados del mundo, y después
la víctima perseguida por acreedores tan feroces y despiadados como Shylock.
Aun hoy se ve, en el centro de la Avenida República, el palacio extravagante
que edificó en el apogeo de su fama y de su fortuna, y que demostraba, por la
rara disposición de su jardín estrambótico, muy cambiado ahora, el desorden mental
que empezaba á trastornarlo, acosado por la ambición frenética de llegar á ser
el árbitro de las finanzas argentinas, y trabajado por una vida de desórdenes y
placeres que debilitaban su cerebro devorado por una fiebre que lentamente lo
consumía. Era grande en todo. Generoso, bueno, espléndido, amado de la
juventud, á quien estimulada y protegía.
- ¡Pobre
Carcaneli! ¿Quién no lo recuerda? Venido á América en el vientre de un vapor
repleto de inmigrantes, había desembarcado en Buenos Aires con sus zapatos
herrados, su mezquino equipaje de inmigrante engañado por las promesas de los
agentes oficiales y trapisondistas, y su pintoresco traje de pana rayada. Lo
acompañaba un primo suyo, Fracucheli, y juntos se pusieron á trabajar en
calidad de peones de una empresa ferrocarrilera, consiguiendo, en tres años de
cruentas privaciones, reunir entre los dos un corto capital que Carcaneli
centuplicó rápidamente, gracias á su talento audaz y á su prodigiosa actividad,
llegando á dominar la Bolsa con sus golpes atrevidos de especulador
improvisado, y conquistándose una posición social muy en relación con sus
méritos. Fracucheli se levantó con él y estaba á punto de fundar un Banco por
acciones, con un capital formidable.
[…] Carcaneli
se reía, acariciándose las chuletas norteamericanas, negras, cuidadosamente
afeitadas al nivel de la boca. Grueso y fornido, de regular estatura, ojos muy
vivos, azules, sanguíneo, fuerte […]
[…] era el héroe de todas las conversaciones, personaje casi legendario en
los anales de la Bolsa, estigmatizado por los unos, defendido por los otros,
terror y asombro de los más. Había surgido de repente manejando capitales
fabulosos, tirando el oro á todos los vientos, fundando casas de caridad,
protegiendo las artes, aplastando á los más opulentos con sus soberbias
fastuosidades. Había sufrido, había luchado en silencio, enriqueciéndose poco á
poco, soportando con paciencia los vejámenes hechos á su miseria por la
sociedad. Y ahora, rico ya, se erguía él solo contra la sociedad en masa, la
desafiaba, se gozaba en producir inmensos kracks,
arruinaba á amigos y enemigos, y sobre el tendal de víctimas inmoladas por su
mano vengadora, se levantaba él con su hermosa figura altanera, risueño,
sereno, triunfante, invulnerable…»
Martel, Julián, 1909
[1891]: La bolsa, Buenos Aires,
Biblioteca de La Nación.
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