"Y era luz nomás, si uno se ponía a pensarlo atentamente, pero en
ese momento, en el mismo vórtice del resplandor comencé a comprender yo que
había allí algo superior que provenía de la eternidad, lo cual, muchos años más
tarde me angustiaría por no precisar en mi madurez algún detalle que la hiciera
patente y significativa como en los tiempos de nuestra infancia. Ésa era mi
raza que comprendía entonces con la incontenible maravilla de la inocencia
juvenil, que comprendí después con la grande y alible nostalgia de la memoria
adulta, Era yo ese niño al pie de la torre dorada, entonces, y aún no eran tan
distantes los tiempos de las primeras siembras y de las primeras cosechas y sin
embargo no había otra forma de enmarcar a toda esa gente que en los espacios
bíblicos como lo habían vivido esos piamonteses de cabeza dura y pies enormes
llegados con la azada y la mancera. En alguna pared colgaba todavía el sementero del abuelo que contuvo los primeros granos arrojados al surco, y en algún galpón dormitaba polvorienta la rueca que no hilaba más el rústico vellón. Fabulosa visión de arco iris y carne traspasada de luz, gigantes de mi memoria lontana, serafines cerriles, heridos de rastrojos, marcados por el sol, que pisaban la tierra con sus enormes dedos separados como si la tierra fuera su hembra o su amada imposible. ¡Hombres y mujeres que adoré, debía hacerles mi propio monumento alguna vez con esa misma luz comprendida de eternidad entrevista en medio de la vulgar rutina del tiempo terrenal!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.