miércoles, 27 de abril de 2016

"Descubrimiento de Italia" de Jorgelina Loubet (1973)


“¿En qué momento comienza el amor por un país que no es el nuestro y tampoco el de los antepasados? Desde luego, necesita esta apertura una actitud que no es sólo personal: el ambiente en que se vive debe resultar propicio al rechazo de nacionalismos paralizantes. Así disponibles nosotros mismos, pueden afecto y entendimiento inclinarnos a adoptar una tercera patria que amplía la visión local y que fecunda generosamente toda búsqueda.
Creo que mi amor por Italia comenzó en un banco de colegio y aprendiendo su lengua. Sonora me resultaba la prosa de Manzoni, estremecedores los versos de Leopardi. Pero, adolescente yo misma, mi amor, aunque tumultuoso, era inseguro como todo amor adolescente.
Años después visité a Italia y ahora sí creo que me es posible decir en qué momento preciso reconocí la hondura de mi sentimiento, creciente más tarde a cada nuevo contacto. Había recorrido entonces Génova, Nápoles y Roma, y con ellas sus aledaños. Capri acababa de desplegar, ante mis ojos deslumbrados, un cielo azul y un mar azulísimo. Me sentía bien: la afinidad, sin duda, guardada se iba expandiendo en mí, dichosamente, con cuanto veía. Campiñas y ciudades me encontraban siempre dispuesta a la admiración. Yo ejercitaba divertida la lengua que había estudiado, curioseaba paisajes y seres, atisbaba problemas de postguerra, espiaba el futuro italiano. Pero curiosear, atisbar, espiar son actos que se cumplen desde afuera. Faltaba algo a mi admiración: de algún modo debía hacerse ella recogida, más secreta, más íntima que ese despreocupado júbilo con el que iba escandiendo mis descubrimientos. El amor no es sólo alegría, el amor necesita de la lágrima para consolidarse.
Entonces llegué a Florencia. Para ella, más que para ningún otro lugar de Italia, tenía preparado yo mi ardiente avidez. Era aún joven para estimar con justicia el largo preludio de colinas y valles que me las escamoteaban. Impaciente por abrazar a la ciudad, apenas si consignaba con algo más que con precisión topográfica los pinos y olivares, los verdes y grises, desde el plata al ceniza, de la Toscana que corría tras el amplio ventanal del ómnibus en el atardecer de un abril claro y liviano. Reí de gozo cuando mi pie impaciente holló las piedras milenarias. No perspectivas aceptaba entre mi afán posesivo y la deliciosa ciudad, no distancias entre mi ojo que tocaba casi cuanto veía y las imágenes codiciadas.
Palmo a palmo me adueñé de Florencia.”



Fragmento de “‘Descubrimiento’ de Italia” de Jorgelina Loubet en Revista Lyra. Número-homenaje a Italia. Año XXXI, N° 225-27, 1973.

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