Italia y Argentina
en la literatura.
Diálogos y
entrecruzamientos [1]
Fernanda Elisa
Bravo Herrera [2]
Hablar
de los vínculos entre la cultura italiana y la argentina implica
inevitablemente considerar, como punto de partida, el fenómeno de la
inmigración italiana que inició aún antes del gran éxodo y, como lo señala
Fernando Devoto en su Historia de los
italianos en Argentina (2006), se remonta al período colonial. La “gran
migración” italiana se produjo desde 1870 hasta la Gran Guerra; sin embargo,
los flujos migratorios continuaron hasta después de la II Guerra Mundial sin
llegar a ser aluviones, agotándose en 1976. En un siglo emigraron 26 millones
de italianos, la misma cantidad de habitantes que había cuando Italia se
unificó. Entre 1857 y 1930, señala Lucía Gálvez en Historias de Inmigración (2010), la población en Argentina se duplicó
cada veinte años y en 1914 más de la mitad de la población de Buenos Aires no
era nativa argentina.
El
aluvión inmigratorio –no solamente el italiano– implicó un cambio en la
sociedad argentina que Vanni Blengino denominó “simétricamente transitivo” en cuanto también significó una
modificación en la identidad de los inmigrantes. La inmigración en Argentina
transformó el horizonte urbano y también el rural con la creación de colonias,
especialmente en la zona de la pampa. Es por ello que esta zona se denominará
sucesivamente “pampa gringa”, no obstante la organización en latifundios que
impidió el desarrollo de un sistema agrario fundado en la colonización, como lo
denunció Gastón Gori en numerosos de sus ensayos, entre los que se puede
mencionar La pampa sin gaucho (1952), El pan nuestro (1958), El
desierto tiene dueño (1958), Inmigración
y colonización en la
Argentina (1964). En estas transformaciones, la
inmigración italiana tuvo una visibilidad relevante no solamente por su
importancia cuantitativa sino también porque, a diferencia de la inmigración
española, se percibían claramente las diferencias existentes, inclusive
aquellas internas relativas a las regionales italianas que hacían que éstas se
presentaran como un grande mosaico cultural. Por este último factor es
necesario remarcar que las generalizaciones en torno a la inmigración italiana
hicieron que muchas de las articulaciones internas perdieran su complejidad y
algunas de las contradicciones que la definían en su totalidad. En este
aspecto, los estereotipos funcionaron como una negación y una simplificación
del fenómeno de la inmigración italiana y el Cocoliche, personaje de los
sainetes, una mera caricatura, arbitraria y descontextualizada, de la cultura
italiana que, más bien, debe considerarse como una red compleja de culturas
regionales y estratificadas.
El
fenómeno de la inmigración fue percibido y “narrado” de diferentes formas a lo
largo de a historia, en una y otra orilla del Atlántico. La literatura recoge
estas perspectivaciones, contradictorias y complejas, que parecen un
caleidoscopio de imágenes y representaciones. Si en Italia, después del boom
económico, se había cancelado de la memoria el pasado vinculado con la
migración por considerársela una especie de estigma, de hemorragia social; al
unificarse Europa y ante la “amenaza” externa, por la europeización, e interna,
por los flujos migratorios de los llamados países extracomunitarios, las
identidades regionales y la idea de identidad nacional se reforzaron,
recuperando con ella las historias vinculadas con la migración evidenciada,
entonces, como una epopeya. Durante el siglo del gran éxodo, en Italia, una
política a favor de la emigración sostuvo el desplazamiento de masas, sobre
todo campesinas, en parte, como una medida para sanear el tejido social,
favoreciendo así las compañías navieras que publicitaban los viajes inclusive a
través de guías para emigrantes y estipulando contratos de trabajo en los
países de destinación para los emigrantes. En el período fascista emigrar no era
visto como una manifestación de debilidad del estado italiano, sino como una oportunidad
para los pioneros y los colonos portadores de cultura y civilización en el
mundo, aunque el gobierno fascista tratara de desalentar el éxodo. La realidad,
sin embargo, demostraba que esta percepción optimista de la situación de los
emigrantes italianos estaba lejos de toda idealización. Además de las
dificultades de integración y los traumas de la migración, en los diferentes
momentos del viaje muchos inmigrantes enfrentaron problemas que no se debían
tanto a las complicaciones burocráticas cuanto al impacto con la palabra
escrita, porque en muchos de ellos la cultura se transmitía oralmente. La
fragmentación lingüística de los dialectos regionales era la manifestación más
evidente de la complejidad cultural de los inmigrantes italianos, que
construyeron su identidad nacional no en su patria de origen sino a través de
la experiencia migratoria, como una forma de reconocer identificaciones y
diferencias.
En la
Argentina, el proceso de nacionalización determinó que la inmigración fuera
acogida en el territorio argentino en función a un proyecto político que
implicaba que estos extranjeros se integraran a este país. Tal vez, por ello,
más que hablar de una “italianización de la Argentina”, como propuso Maciel en
1924, se debería hablar de una argentinización de los italianos que implicó lo
que Ricardo Rojas calificó como “restauración nacionalista” (1922), es decir
una didáctica de la identidad argentina. Se trató, en parte, de un proceso de
invención de tradiciones y de identidades, cuyos fantasmas –hundidos en una
pampa ganada a los indios y con la voz idealizada de los gauchos– respondían al
propósito de crear una nación y sus mitos. A estos fantasmas de la gauchesca se
sumaron los de la mitología del arrabal y del malevo en una ciudad también
mitologizada e idealizada. La consolidación del espíritu nacional, sostenido
por la euforia exterior del primer Centenario de la Revolución de Mayo –no
obstante todos los conflictos sociales que la acompañaron–, procuró
contrarrestar el riesgo de la dispersión que ya se insinuaba en el país, desde
una Buenos Aires transformada en una creciente Babel por las diferentes
colectividades de inmigrantes. Se desarrolló, entonces, un proyecto político,
asentado en bases didácticas, tendiente a lograr la homogeneización de las
masas inmigrantes, suprimiendo en ellas las diferencias, para que pudieran ser
absorbidas en la sociedad argentina. En 1928, la revista Nosotros realizó una encuesta para tratar de establecer la
influencia italiana en la cultura argentina. En esta revista, Ricardo Rojas
estableció que el fenómeno inmigratorio no había sido determinante en la
conformación de la argentinidad, ya que ésta se basaba no en el factor étnico
sino en el ético. Esta percepción de la argentinidad en los hijos de
inmigrantes italianos ya había sido percibida incluso por representantes del
gobierno de Mussolini en Argentina, como puede leerse en el informe diplomático
de Giovanni Giurati del 1924 en el que informó que los descendientes de los
italianos en Argentina no solamente eran nacionalistas argentinos sino
inclusive anti-italianos. La situación se mantuvo igual en la década siguiente,
como lo testimonió Massimo Bontempelli en su viaje a Buenos Aires junto a Luigi
Pirandello en 1933. Este era el resultado de la política de nacionalización de
los inmigrantes que incluyó una legislación que impulsó diferentes medidas
dirigidas a la integración de los extranjeros y a la imposición de la identidad
argentina según la imagen construida por los nacionalistas, como la Ley de
Inmigración y Colonización de 1876 de Avellaneda, la Ley de Educación de 1884, la
Ley Sáenz Peña de 1912, unida a mecanismos de control de los conflictos
sindicales y a rebeliones anarquistas como la Ley de Residencia de 1902 y la
Ley de Defensa Civil de 1910.
El
mito del “crisol de razas” –que Florencio Sánchez propuso en La gringa (1904), reafirmó Roberto Payró
en Marco Severi (1905) y se
presentaba en los sainetes como presupuesto ideológico imprescindible en el
proyecto nacional– configuró una imagen de equilibrio social en el que los
conflictos sociales provocados por la inmigración parecían resolverse. Esta
representación, no obstante, era opuesta a la posición xenófoba que acentuaba
las tensiones y evidenciaba un fuerte rechazo a esa masa inmigratoria que no
respondía a la imagen idealizada del inmigrante durante el proceso de
organización del estado nacional en el siglo XIX. Sarmiento ya había señalado en
diferentes artículos publicados entre 1855 y 1889, y luego reunidos por Ricardo
Rojas en La condición del extranjero en América (1927), que habían
sido las masas campesinas e ignorantes las que primero habían emigrado de
Europa. Este rechazo se inscribió en varios textos literarios, especialmente
narrativos, como ¿Inocentes o culpables? (1884)
de Antonio Argerich, En la sangre (1887)
de Eugenio Cambacères y El diario de
Gabriel Quiroga (1910) de Manuel Gálvez. En este último, Gálvez, detrás de
la máscara de Gabriel Quiroga, anota en su diario que los inmigrantes sólo
llegan al país impulsados por su “mero propósito de lucro” y son incultos,
hambrientos, desmoralizados, “campesinos, miserables glebarios en quienes la
herencia de incultura y de barbarie y la rudeza del trabajo han suprimido toda
capacidad estética”. La mirada del grotesco criollo acompañó la profundización
del drama de la inmigración, especialmente a través de las obras de Armando
Discépolo como Stéfano (estrenada en
1928), que representó dramáticamente el fracaso no solamente del inmigrante
sino fundamentalmente del proyecto de una Argentina próspera, del mismo modo
que en Babilonia (sainete estrenado
en 1925) denunció la imposibilidad de una convivencia social.
Dentro
de la numerosa producción literaria y testimonial en Argentina vinculada con la
inmigración italiana, podemos mencionar, sin detenernos más por falta de
espacio en esta ocasión, La muerte de
Antonini (1956) de Gastón Gori, Los
nombres de la tierra (1985) de Lermo Rafael Balbi, Gente conmigo (1961), Extraño
oficio (1971), Taller de imaginería (1977),
de Syria Poletti, Composición de lugar (1984),
El fantasma imperfecto (1986) de Juan
Carlos Martini, Camilo asciende (1987),
Mudanzas (1999) de Hebe Uhart, Santo oficio de la memoria (1991) de
Mempo Giardinelli, Mar de olvido (1992)
de Rubén Tizziani, Oscuramente fuerte es
la vida (1990), La tierra
incomparable (1994) de Antonio Dal Masetto, Luz de las crueles provincias (1995) de Héctor Tizón, Stéfano (1997), Pavese / Kodak (2001), Lengua
madre (2010) de María Teresa Andruetto, Diálogos
en los patios rojos (1994), Si
hubiéramos vivido aquí (1998) de Roberto Raschella, El mar que nos trajo (2001) de Griselda Gambaro, La Nona (1977) Gris de ausencia (1981) de Roberto Cossa, entre otros. A esta lista
habría que agregar otros nombres, como los de Jorge Luis Borges, Leopoldo
Marechal, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sábato, Alberto Girri, Julio Cortázar,
José Pedroni que vivencian lo italiano de diferentes formas, sin que
necesariamente se centre exclusivamente la atención en el fenómeno de la
inmigración. Hay, por otro lado, numerosa bibliografía que se ocupa de la
historia de la inmigración italiana, considerando algunas temáticas
particulares: por ejemplo, sólo por nombrar algunos, los relatos testimoniales
como Las italianas. Historias de inmigrantes italianas afincadas
en colonias agrícolas santafesinas y de sus descendientes (2006) de Norma
Battú o las narraciones orales recogidas como Antiguos
cuentos de Colonia Emilia y Zonas Vecinas (2009) de Norma Battú;
la historia del anarquismo en Severino Di
Giovanni. El idealista de la violencia (1970) y Los anarquistas expropiadores y
otros ensayos (1975) de Osvaldo Bayer; la historia de la mafia en Historias de la mafia en la Argentina
(2010) de Osvaldo Aguirre; la presencia del fascismo en Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina
y en Italia, 1919 – 1945 (2010) de Federico Finchelstein; los estudios
literarios de David Viñas, Adriana Crolla y Trinidad Blanco de García, entre
otros tantos. Por otra parte, es interesante la producción dirigida a los
lectores niños y jóvenes que combinan textos e ilustraciones como, por ejemplo,
La gran inmigración (2006) de Ema
Wolf y La inmigración en Argentina (2009)
de Oche Califa que se propone como “comic cultural”.
En
cuanto a la literatura italiana que inscribe la emigración a la Argentina, ésta
comprende un corpus amplio, no encuadrado completamente en el canon de la
literatura italiana. Entre los textos de mayor relieve podemos nombrar, además
de las poesías de Dino Campana relativas a su viaje a Argentina, Il Dio ignoto (1876) de Paolo
Mantegazza, Emigrati (1880) de
Antonio Marazzi, Sull’oceano (1889), In America (1897) de Edmondo De Amicis, Senza patria (1899) de Pietro Gori, Esilio (1914) de Ada Negri, Le novelle d’oltreoceano (1916), Magda Silveyra (1917), I Roscaldi (1924 y 1930) de Nella
Pasini, La memoria fastosa (1987) de
Cesare Mazzonis, Un caffè molto dolce
(1996) de Maria Luisa Magagnoli.
Sin
embargo, no obstante la masiva presencia de los italianos en la sociedad
argentina y las afinidades culturales, si se consideran las relaciones entre
las literaturas de ambos países, algunas cuestiones parecen contradecir la
creencia difundida de una penetración determinante de la literatura italiana en
la argentina. Las relaciones literarias entre ambas literaturas nacionales
fueron estudiadas, en parte, por Giuseppe Bellini en Storia delle relazioni letterarie tra l’Italia e l’America di lingua
spagnola (1977) y especialmente por Alejandro Patat en Un destino sudamericano. La
letteratura italiana in Argentina (1910-1970) (2005), quien analiza la
recepción, la difusión y la crítica de la literatura italiana en Argentina,
atendiendo la producción de las revistas Nosotros
(1907 – 1934), Martín Fierro (1924
– 1927), Sur (1931 – 1981) y la labor
crítica del italianista Gherardo Marone (1891 – 1962). A su vez, en Italia, son
importantes los estudios de Vanni Blengino –autor de la novela Ommi! L’America (2007), relato de su experiencia en Argentina–, como Il vallo della Patagonia. I nuovi
conquistatori: militari, scienziati, sacerdoti, scrittori (2003) y La Babele nella Pampa: gli emigrati italiani
nell’immaginario argentino (2005). Otros estudios recientes que se pueden mencionar son Di proprio
pugno. Autobiografie
di emigranti italiani in Argentina e in Brasile (2003) de Camilla Cattarulla, Tra memoria e finzione. L’immagine
dell’immigrazione transoceanica nella narrativa argentina contemporanea (2004)
de Ilaria Magnani y La patria di riserva.
L’emigrazione fascista in Argentina (2006) de Federica Bertagna.
Toda esta producción, sumada, por ejemplo, a las actividades,
eventos y muestras vinculadas con la inmigración, entre las que se puede
mencionar la reciente muestra oficial del Festival de la Luz “Migraciones”,
evidencian la actualidad y la permanencia de la reflexión y del estudio de las
relaciones culturales entre Argentina e Italia, no sólo a través de las
literaturas, sino como una forma más de comprender la historia nacional y una
presencia definitoria de la identidad colectiva en este país.
[1] Este artículo fue publicado en la Revista Claves, dirigida por Pedro González. Salta, agosto, Año XIX, N° 192, 2010, pp. 8-9.
[2] CONICET - INSOC - Universidad Nacional de Salta.
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