«Algunos regazados, que habían
quedado en un rincón de la plaza, charlaban, cuando crucé junto a ellos, del
mundo nuevo hallado a la otra parte del mar, donde antes se aseguraba que la
Tierra concluía. Hernán Cortés ya había conquistado a México, y las noticias se
encendían de oro y de sangre. Allá, lejos, lejos, hubiera ansiado irme, porque
América era la verdadera tierra de Orlando
Furioso, y entre sus monstruos yo hubiera pasado inadvertido.»
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