«Si
recordamos la finísima observación de Francisco Capello –el gran humanista
italiano, nuestro huésped de tantos años- respecto a Giuseppe Parini, podríamos
ver con mayor claridad la influencia italiana en la Argentina. Capello, al
comparar la herencia de Parini con la de Petrarca, afirma: “Parini es grande,
no multiplicó su imagen como Petrarca (con el petrarquismo), sino engendró
seres vivientes de vida propia: Monti, Foscolo y el mismo Manzoni derivan de
él”.
Trasladado
lo dicho a nuestro campo advertiremos -¿y cómo no advertirlo?-que el influjo
italiano lejos de ser tan visible como el francés, de cuya mayor importancia no
cabe dudar, está, metafóricamente, en una corriente subterránea que alimenta
como una red sanguínea la obra entera de algunos de nuestros autores, de los
cuales no es dado decir de ninguno que responda en un todo al influjo
absorbente de un autor italiano, como se dijo, por ejemplo, de Olegario
Andrade: “que en todo respondía al influjo absorbente de Hugo”, frase que puede
no ser literalmente exacta, pero motivos hubo para llegar a ella.
Lo
italiano está más difuso, más difícil de precisar y, cuando se lo hace
paladinamente, nos hallamos más ante una reminiscencia vital, consciente o no,
que ante una influencia literaria, por lo tanto difícil de encerrar en rígidas
afirmaciones, pero si nos detenemos un tanto, si seguimos el desarrollo de la
historia y cultura italianas, la acción del individuo por ellas y la reacción
ante ellas, no nos será difícil hallar, en estas tierras tan pobladas por
descendientes de italianos, algo que no es dado llamar, sino en muy contados
casos, imitación o absorción exterior, pero, eso sí, prolongación o perduración
de lo que ya fuera, algunas veces, superado en su tierra de origen.
Lo
italiano, dicho con cierta exageración, no ha sido imitado; en muy pocos casos
es dado hallar una situación que nos haga volver hacia un sospechado original,
pero menos difícil es hallar el tono que nos conduce a un Pascoli, a un
Leopardi, sin olvidar a autores más populares, y por ello más accesibles en
determinados ambientes y en determinadas épocas, por ejemplo Ada Negri, Lorenzo
Stecchetti y, más que en género alguno, en el teatro popular, el de los
sainetes y, más aún, el del grotesco con su gran carga de sentir itálico.
Sentir
que los autores habían mamado en la leche materna; enfoque del mundo que
llevaban dentro, en que habían crecido; mundo de ilusiones y nostalgias; de
desconciertos y amargura.
A
fin de tener más clara visión del influjo italiano en la literatura argentina,
distinguiremos diversos momentos que es dado hallar en tal proceso. Distinción
que no importa un corte neto entre un momento y otro, sino zonas en que es dado
precisar más nítidamente los caracteres de cada una de ellas.
El
más fácilmente distinguible es, sin duda, el anterior a la liberación y
unificación italianas, con sus grandes poetas: Dante y Petrarca que emergían de
siglos lejanos y los de su propio tiempo: Leopardi, Mazoni, Parini, Foscolo,
Pellico.
Luego
de la unificación comienza, hacia 1880, la gran inmigración italiana al país
que se prolongará, en mayor o menor escala, hasta el estallido de la primera
guerra mundial. Los poetas que representan este momento son la llamada tríade
grande: Carducci, Pascoli, D’Annunzio y, más populares, Ada Negri y Lorenzo
Stecchetti, ya nombrados.
El
tercer momento es más difícil de precisar, ya que, si bien los poetas citados
todavía son presencia viva en el ámbito argentino, se van esfumando ante la
imagen de la Italia fascista y el autor más leído será, precisamente por su
antifascismo: Ignazio Silone y con él otros menos populares, por ejemplo
Salvemini y por el mismo motivo.
El
actual surge con la terminación del fascismo, que implicó renovación en el
mundo cultural de Italia, por ello más complejo por su apertura, su vuelco
hacia lo exterior, todo ello reflejado en los grandes narradores: Calvino,
Pavese, Vittorini, Gadda, etc., con sus grandes poetas: Quasimodo, Montale,
Ungaretti, que tanto repercutieron en nuestro país, traducidos por destacados
poetas jóvenes, generalmente de raigambre itálica.
Para
muchos argentinos resulta difícil tener conciencia de que Italia, la nación que
con anterioridad a las occidentales se desligó de la unidad tribal, sea, en
cuanto estado, más reciente que el nuestro. Pocos tienen conciencia de que sólo
en 1861 Italia se consideró existente en cuanto tal y recién en 1870 tuvo su
capital definitiva y tan sólo con la guerra del 1915-18 consiguió las provincias
irredentas, Trento y Trieste y, con ellas, la posibilidad de considerarse
completa.
Si
tenemos en cuenta las fechas indicadas, hallaremos que la Argentina,
considerada nueva, ya había realizado por aquel entonces no solamente la
Revolución de Mayo de 1810, la proclamación de la Independencia en 1816,
sufrida la tiranía de Rosas, promulgada la Constitución en 1853; vale decir
que, cuando Italia luchaba en los campos de batalla, la Argentina tenía casi
medio siglo de existencia.
A
pesar de las conocidas vicisitudes históricas de los siglos que siguen al
derrumbe del Imperio Romano, desde el XIV, y aún hasta el XVIII, el influjo de
Italia fue enorme, sin embargo más preclaros pues –como bien observa nuevamente
Francisco Capello- hasta la unidad del país un Dante, un Petrarca, un Miguel
Angel, etc., etc., eran considerados universales: de allí la nueva postura
cuando Italia, surgida de sus ruinas, los reclamó para sí. Sin embargo bueno es
tener presente que, si no es posible estudiar los siglos renacentistas
franceses sin acudir a los humanistas italianos, en España tal influjo fue
menor y lo hallaremos casi nulo en las colonias de la corona española, dada la
poca apertura hacia el mundo exterior.»
Renata
Donghi Halperin, “La influencia Italiana en la Literatura Argentina”, en Francis
Korn (compiladora), Los italianos en la
Argentina. Buenos Aires: Fundación Giovanni Agnelli, 1983.
[ “Contribución
al estudio del italianismo en la República Argentina”, Volumen 1; Volumen 6 de
Cuadernos del Instituto de Filología/ Universidad de Buenos Aires, Facultad de
Filosofía y Letras: Instituto de Filología, Imprenta de la Universidad, 1925.]
[
Fotografía: Biblioteca del Convento dell'Osservanza, Siena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.