«En el
artículo “La nostalgia en América” que Sarmiento publicó el 24 de enero de 1881
en El Nacional, para esclarecer la falsa posición de los inmigrantes que se
consideraban, con orgullo combativo, extranjeros, exaltando la superioridad de
los países de Europa de donde procedían, concluyó por decir que “el patriotismo
por recuerdo, es simplemente una enfermedad que se llama nostalgia”. Reducía así el origen de
tantos conflictos que planteaban en América y principalmente en Argentina, a un
sentimiento de añoranza, que desviaba la justa apreciación de nuestra realidad
y de la misión que debían cumplir los que llegaban para establecerse en nuestro
territorio, cuyo destino, en definitiva, era asimilarse a la nación y
robustecerla participando tanto en las tareas del campo, de las industrias,
etc., como en la aspiración de mejorar o afianzar las instituciones organizadas
según nuestro régimen constitucional. Si la nostalgia en las ciudades influía
para que se agruparan los extranjeros en las que se llamaran colonias –de los
españoles, italianos, etc. – no era menos profunda en los inmigrantes
desparramados en el territorio, ya formaran colonias agrícolas o se mantuvieran
individuos aislados en campos o pueblos. Y cuando penetraban en zonas
inhospitalarias como las del Chaco, la nostalgia fué calificada por Peyret de tremenda.
Sentimiento
tan general pudo caracterizar una época pues millones de hombres vivían en el
país con el recuerdo de una tierra lejana y aferrados al deseo de hacerla amar
por sus hijos ya exaltándola en la vida doméstica, prohijando una instrucción
primaria distinta de la argentina o pretendiendo hacer que primara la condición
de extranjeros, como privilegio, en todos sus conflictos. Decía Sarmiento “La
nostalgia, que es la enfermedad de la patria ausente, va producir desórdenes
por patriotismo mal satisfecho, y acaso la insolencia que trae consigo la
soberbia, cuando mejoramos grandemente de condiciones y queremos enseñorearnos
de los demás. La nostalgia se cura con el tiempo”, y concluía: “aguardemos a
que pase la nostalgia”.
Y la
curó el tiempo. Ha pasado la nostalgia. Aquellos millones de extranjeros que
mientras araban nuestra tierra, engrandecían las industrias, comerciaban, etc.,
hacían de su nacionalidad de origen un derecho irrenunciable como si en ello
les fuera el honor, cumplieron el ciclo inevitable: trabajaron, vivieron, y al
entregar sus cuerpos al seno de la tierra, dejaron descendencia argentina en
posesión de sus bienes e incorporada a la vida del país en todos sus órdenes.
La nostalgia murió con ellos. En toda la dimensión de nuestra patria, –si se me
permite la imagen– comparándola con una amplísima nube sutil, fué descendiendo
absorbida por el suelo, y dejó despejada la clara ruta de la nación marchando
hacia el destino que le señala su historia, sus tradiciones, sus ideales y el
conjunto de posibilidades presentes, sin más conflictos internos que los que se
plantean en todo país vigoroso y vigilante de su actualidad y de su futuro.
Porque
ha pasado la nostalgia de inmigrantes por millones, podemos ahora estudiar a
ese hombre europeo que nos llegara atraído en cumplimiento del programa de
1853. El panorama es amplio, frondosa la documentación y llena de dificultades
la tarea, por la particularidad del tema, por hallarse en muchos archivos
oficiales o particulares los papeles y sin una bibliografía numerosa orientada
en ese aspecto. Quizá sea indispensable la preocupación de muchos para que se
cuente con veinte o treinta libros, escritos desde todas las provincias
argentinas que ofrezcan elementos para fundamentar un estudio de carácter
general, de síntesis, que aclare o permita una definición del argentino actual,
distinto de aquel que cantara Hernández pero que, no obstante, conserva su
raíz.»
Gastón
Gori, La pasado la nostalgia. Santa
Fe: Librería y Editorial Colmegna, 1950.
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