«En una apacible, transparente mañana de 1906.
Sobre el mar. El “Principessa Maria” se desliza como un juguete, y el agua, un
poco del agua azul y misteriosa que huye, ondula suavemente a su paso. Luigi
Pietra piensa: “Ella va en busca de la tierra que yo he abandonado”. Y lo
asalta una pequeña, incomprensible tristeza.
Anoche parecía que la tormenta iba a hacer
trizas el barco. Era como si el cielo, el viento, las estrellas y las olas,
indignados, rompieran sus puños tremendos contra la pobre embarcación. Una
indignación que, de pronto, le pareció lógica a Luigi Pietra, que había dejado
a los padres en la aldea en donde él había nacido, y habían nacido ellos y sus
abuelos y los otros hombres de su raza y de su sangre cuyos nombres apenas
conocía.
Luigi Pietra es un muchacho. En su pueblo
decían: “Luigi es un toro”. Su pueblo se llama Rocca Imperiale. Está aferrado a
las montañas como un helecho y desde él se ve el Jónico azul de legendarios
pescadores, acostado al pie de las casas como un anciano rey cubierto de
gloria, mientras por otro lado bosques de cerezos tiñen el horizonte, rojos
como cardenales. ¡Qué hermoso pueblo! Luigi Pietra piensa: “Raíces de cinco mil
años me adherían a su suelo adorable. ¡Yo las he roto de un zarpazo!”.
Está apoyado en la baranda de la cubierta. Ve
agua, nada más que agua. El cielo también es un océano dado vuelta, arriba. Sus
manos, sus labios y sus cabellos son salados. A ratos lo domina una terrible
desesperación, cercado por el agua, pero es preferible a estar en el
hacinamiento de inmigrantes, sucios, malolientes, apilados como bolsas.»
Albamonte,
Luis María. Puerto América. Buenos
Aires: ALA, Club del Libro Amigos del Libro Americano, 1942.
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