«Prácticamente, la totalidad de los inmigrantes y
nativos agricultores vivió en esa deleznable construcción –signo de la
miseria– que se llama rancho. Vivieron los campesinos en la tierra, y se
protegieron con tierra, es decir, con lo más barato; con un habitáculo de
necesidad y de inspiración indígena. El arrendatario y el comprador hipotecario
no invertirían, desde luego, un solo centavo más que lo indispensable en
mejoras que, a corto plazo, podían resultar del dominio del locador. Lo
contrario ocurre cuando los colonos poseen el título de propiedad, pero los que
llegaron a ello tuvieron aún por delante muchos años de inauditas privaciones,
de deformación de la personalidad por ahorros y mezquindades incruentas, para
poder vivir en habitaciones más o menos adecuadas a la dignidad del hombre.»
Gastón Gori, El
pan nuestro. Panorama social de las regiones cerealistas argentinas. Edic.
Galatea, 1958.
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